Oculus

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Sí el género de terror es uno de los más repetitivos y esquemáticos que existe, cada tanto llegan sorpresas a cartelera como Oculus para despabilarnos y hacernos creer que no todo está perdido. Del director Mike Flanagan ya nos había sorprendido (acá) hace un año con el limitadísimo estreno de Ausencia (data de 2011) que mezclaba elementos de terror para narrar en tono y clima de drama la historia de dos hermanas que luchaban contra una criatura subterránea que había atacado al marido de una de ellas.
Una producción muy independiente, que aprendía de sacar jugo de lo mínimo para crear una sugestión más por lo que no se ve. En Oculus, el diagrama es similar, dos hermanos, una tragedia del pasado, una maldición, la toma de venganza… pero en lugar de caer en el común de contarnos la típica historia de fantasmas y casas embrujadas, Flanagan trata a los fantasmas lateralmente, nos cuenta una historia de obsesión y posesión en la que el espectador en un punto no sabrá, como los personajes, si lo que ve es real o producto de la mente.
Tim (Brenton Thwaites) sale de un neuropsiquiátrico en el que estuvo encerrado desde su infancia, y a la salida lo espera su hermana Kaylie (la bella pelirroja Karen Gilan). Ambos vivieron un hecho traumático cuando eran chicos, hecho que se irá narrando de a poco, en dos tiempos entre el pasado y el presente, pero del cual desde un principio sabemos esto: el padre de los chicos mató a su esposa/madre, y Tim lo asesinó a él.
Recuperado, Tim se convenció (lo convencieron) que su padre era un desquiciado asesino y que él actuó en defensa de su familia; pero su hermana está ahí para recordarle cómo fueron las cosas en verdad, o cómo ella cree que fueron. La familia se mudó a un caserón, compraron un antiquísimo espejo de la colección Balmoral para el estudio del hombre, y este guardaba una maldición que de generación en generación enloquece a sus dueños haciéndoles ver cosas que no son y llevándolos a cometer actos terribles seguidos del suicidio o muerte en manos de un tercero.
Eso es lo que Kaylie dice que pasó con su familia, y ella, que trabaja en una casa de remates, ahora tiene al espejo en sus manos, lista para la venganza, y quiere que su hermano participe. Terror inteligente, eso es Oculus, que no subestima al espectador, que si da sustos falsos son justificados y nunca sabemos si realmente fueron falsos. Los personajes tienen carnadura, capas, y nos meten dentro de lo que les va pasando, pasamos por todas sus sensaciones, y hasta nos compenetramos con su paranoia.
Kaylie trata al espejo como si fuera una persona, un ente, le habla, lo desafía, le arroja insultos y lo provoca; y así realmente el espejo cobra personalidad como si fuese un clásico slasher, como un Freddy o Jason pero “inanimado”. Flanagan está hasta en los más mínimos detalles, demuestra ser un artesano de la sugestión, no necesita de un gran presupuesto (es más cuando se adentra en efectos, como los fantasmas con ojos brillantes, flaquea un poco) para lograr lo que otros no logran con una catarata de CGI, terror real, aferrarnos a la butaca, mirar para los costados.
"Oculus" es clima puro, la recomendación es no dejarla pasar del ambiente único de una sala. Basándose en una adaptación de su corto “Oculus: Chapter 3 The Man with the plan”, el director redobla la apuesta y crea un film deliberadamente confuso, que juega con los tiempos, con la realidad y la ficción, y los enlaces entre “los mundos” son perfectos, sin fisuras.
También demuestra ser un buen director de actores, algo fundamental en "Oculus" es lo preciso de los personajes, Tim nos invita a sufrir con él y a Kaylie se la odia y apoya en partes iguales; y algo no muy en común en films como estos, Thwaites y Gillan están realmente convincentes en sus roles, logran diferentes matices.
Como entrar a la casa de los espejos de un parque de diversiones, Oculus crea confusión, sugestión y diversión en partes iguales; el resultado al final del viaje es el de querer volver a embarcarse, nada mejor para un género tan adepto a las secuelas infinitas.