Norm y los invencibles

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Ecología congelada

El mensaje ecológico se pierde entre gags de gusto dudoso o nula gracia. Y la animación es básica.

Cuando un filme animado la pega, bien pronto salen a copiarlo. Cuando más de un filme se vuelve exitoso, hay que tener valor para abreviar en ellos sin ponerse colorados. Norm y los invencibles es La Era de hielo más Madagascar, El Rey León y Minions.

Bueno, no es, sino que toma elementos y la melange sale insípida, como desabrida y con gusto a poco y nada.

Un mensaje alentador o que denuncia la destrucción del medio ambiente puede caer en saco roto o definitivamente pasar desapercibido. En buena parte depende del packaging, el envoltorio, y en una pleícula animada cuyos destinatarios principales son los niños, es material inflamable.

Eso sucede con Norm y los invencibles, con un oso polar que tiene la extraña habilidad de hablar con los humanos -a esta altura de la animación parecía o más natural, pero no-, que cuando descubre que una corporación piensa colonizar el Artico, decide embarcarse hacia Nueva York para, allí, evitarlo.

Hasta ahí, todo bien. Los problemas comienzan a surgir, y sumarse, con algunas historias que corren paralelas. Vera es la mujer que ayuda aMr. Greene, el constructor de casas, y advierte que quizás esté trabajando para el lado incorrecto. Pero sigue porque Olivia, su hija, quiere ingresar a un colegio, y quien puede darle una recmendación es... Mr. Greene.

Si eso no es muy constructivo, esperen a ver a los tres lemmings amigos de Norm orinando en un acuario.

Pero si hay un problema con Norm y los invencibles es que es aburrida, los gags son más viejos que el hiejo y ni Norm ni los invencibles son graciosos, sino que se diría que inocentes o tontos. De gran corazón, seguro.