Noche de miedo

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

En 1985 se estrenó uno de los mejores homenajes al cine de terror que se han hecho de ese año a la fecha. Su título era “La hora del espanto”, estaba dirigida por Tom Holland y protagonizada por William Ragsdale, Amanda Bearse, Chris Sarandon (como el vampiro Jerry Dandrige), y un genial Roddy McDowall como el anfitrión de un show televisivo de películas de horror clase B (justamente “La hora del espanto”).

Para la época esa producción era todo un hallazgo de efectos de maquillaje, pero sobre todo (y a lo mejor sin proponérselo) traería nuevos aires al género que entonces estaba en decadencia. Por caso, fue una de vampiros en la que empezaba a vislumbrarse la necesidad de la industria de mirar a un público adolescente que ya no se interesaba por la temática terror con gente “vieja·.

Muchos años después Hollywood extrapoló esta idea para llevar a los chupasangre a la estética de la historieta (la saga de Blade), o al melodrama romántico con los vampiros emo-andróginos de la saga Crepúsculo. En el medio quedan casos aislados como los “Vampiros” de John Carpenter (1998), o el caricaturesco “Van Helsing” (2004).

Agotado casi todo, en 2011 Hollywood se propuso volver a las fuentes con una remake (ojo que hasta de Footloose se viene una). La historia era sencilla. Charley, un joven de colegio secundario, se da cuenta que al lado de su casa se mudó un vampiro. Ante la incredulidad de amigos y de su mamá recurre a un conductor / actor de TV para que lo ayude a matarlo y a rescatar a su novia.

“Noche de miedo”, la versión de 2011 de “La hora del espanto”, está despojada de muchos de los elementos que convirtieron a su antecesora en un clásico. Por otro lado tiene algunos cambios intrascendentes para los que no vieron la original, pero molestos para los que sí lo hicieron, entre los cuales me incluyo. La comparación es inevitable.

La trama, o sea la historia que se cuenta, sigue siendo la misma, sólo que con mayor vértigo de compaginación y efectos más modernos. El vampiro en cuestión no es otro que Colin Farrell, un actor con el porte seductor que le exige el personaje. El resto del reparto cumple, y apenas si servirá para impulsar alguna figurita nueva como Imogen Poots encarnando a Amy, la novia.

La producción en sí, funciona bien. No hay mucho que reprochar. Hay cierto respeto por la original, la mitología vampirica y la generación de algunos sustos genuinos. En todo caso insisto con que no vaya al cine a buscar la mística de la original. Sería un error. En cambio, vaya a ver una de vampiros bien hechita.