No te enamores de mí

Crítica de Diego Lerer - Clarín

Historias de amor cruzadas

Drama romántico sobre complicadas relaciones de pareja, con Pablo Rago, Julieta Ortega y Violeta Urtizberea.

Los amores y desamores, encuentros y desencuentros, de un grupo de personas entre los veinti y los treintilargos son el centro de No te enamores de mí, opera prima de Federico Finkielstain que intenta armar una especie de mapa de corazones rotos en una Buenos Aires de diseño. Construida coralmente, pero sin forzar demasiado los cruces entre unas y otras historias, No te enamores...

observa lo que le pasa a un grupo de personas con malas relaciones de pareja y para las que el sexo (o la falta de él) es la manifestación más evidente de esa apatía.

Sergio y Alejandra (Pablo Rago y Julieta Ortega) son amantes. Ella es soltera y quiere más que noches de sexo, pero él está casado y no quiere saber nada con el afuera. Su mujer es Paula (Violeta Urtizberea), una chica aplicada y estudiosa, que está dando sus primeros pasos como psicóloga (es acompañante terapéutica de Luli –Ana Pauls- una chica... desprejuiciada), y que el filme muestra como una chica casi frígida.

Violeta le alquila un departamento a Martín (Guillermo Pfening), un fotógrafo que pasa poco tiempo en Buenos Aires y que ahora, al volver de un viaje, descubre que Sofía (Mercedes Oviedo), la novia de su hermano Maxi (Tomás Fonzi), a la que no conocía, está en crisis con su pareja. Y a esa crisis se suma una rápida atracción entre ambos, que tornará al asunto en un peligroso trío pasional, con la madre de los hermanos (Luisina Brando) observando todo de cerca.

Las idas y venidas de esas relaciones son las que intentará trazar el filme con suerte dispar. En algunos casos, como en la relación entre Martín y Sofía, la película alcanza momentos de cierta complejidad que en otros se esfuma, tapada por frases hechas, canciones y bailes que no tienen nada que ver, y situaciones en extremo forzadas.

El oficio de los actores saca al filme de algunos pozos de banalidad, en especial Pfening y Oviedo, que construyen algo que se intuye poderoso en esa relación prohibida. El triángulo Rago-Ortega-Urtizberea, en cambio, se maneja por carriles más prototípicos y allí sí ayuda la experiencia y el oficio de los tres para salir del paso ante situaciones de guión algo trilladas.

Más allá de sus simplismos, el filme funciona a su manera como retrato generacional, aunque su moraleja de premios y castigos pueda ser un poco injusta, dividiendo a personajes en “buenos” y “malos” a punto tal de hacer perderles la ambigüedad que los hacía interesantes. Es una película despareja, fallida, cuyos momentos de genuina emoción alcanzan a tapar sus defectos más evidentes.