No se metan con mi vaca

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

ROAD MOVIE CON VACA

Además de esas poco imaginativas adaptaciones de obras de teatro, los franceses exploran dentro de su cine for export (y estamos obviando la gran cantera de cine de autor que inunda festivales) una serie de historias vinculadas con la vida rural, con personajes pueblerinos que son una sumatoria de bondad y buena onda que generan empatía inmediata. Hay en esos relatos una búsqueda bastante obvia de regresar a ciertos valores que lucen hoy antiguos, a una idea de familia tradicional y a recuperar la ingenuidad que -se supone- mandaba en los vínculos de la primera mitad del Siglo XX. Y en No se metan con mi vaca (emocionadísimo título local para el más simple La vaca) el director Mohamed Hamidi genera algunas vueltas de tuerca de ese paradigma, con un protagonista argelino que viaja a París para participar del Salón de la Agricultura. Es decir, aquí el hombre simple es extranjero y el viaje, que emprende a pie acompañado de su vaca Jacqueline, servirá para observar esos vínculos entre el adentro y el afuera.

Fatah (Fatsah Bouyahmed) es un campesino argelino que tiene un vínculo más fluido con su vaca que con su esposa. Su sueño es, por lo tanto, viajar con la bovina Jacqueline a París y participar de la feria de agricultura ya mencionada. Y el sueño se logra cuando recibe una invitación, aunque hay un problema: los costos del viaje se los debe pagar él. Entonces la comunidad lo ayuda con el viaje en barco hasta Marsella, pero de ahí en adelante el bueno de Fatah viajará a pie hasta París, en lo que termina teniendo la consistencia de una road movie por pueblos y ciudades francesas. Hamidi va trazando el derrotero de su película a partir los cruces que va teniendo el protagonista con diversos personajes, mientras su travesía es seguida como se puede desde Argelia, y en Francia la presencia del viajero va teniendo dimensiones míticas a partir de su presencia accidental en redes sociales y en la televisión.

Digamos que todo este viaje resulta bastante simpático, en el sentido que las historias que Hamidi relata son más mínimas que expansivas. No se metan con mi vaca es una de esas películas que prefiere lo simple a lo intrincado, y cuya mayor ambición -formal o discursiva- es la de montar un entretenimiento ligero y para nada pretencioso. O si hay una pretensión, tiene que ver con una idea un tanto naif acerca de cómo los pueblos pueden (deben) unirse a través de sentimientos más nobles y menos materiales. El problema del film es que en su búsqueda de simpatía a toda costa no se anima a llevar las situaciones más allá de ciertos límites, y luce un humor no sólo anticuado (con un protagonista que gesticula exageradamente y sin una red que lo contenga) sino además falto de imaginación y timing. Estamos ante una película anacrónica en el peor de los sentidos, porque no tiene una búsqueda estética sino porque su anacronismo se construye a partir de sus ideas avejentadas.

Para colmo de males, lo que no puede eludir Hamidi en su película -y de ahí cierta antipatía que puede generar- es el no hacerse cargo que la historia que cuenta se enmarca en un tiempo social y político convulsionado, donde la situación de la inmigración en Europa luce absolutamente desbordada. Y esto se multiplica más aún, si tenemos en cuenta las tensiones entre argelinos y franceses a lo largo de los tiempos. De ahí, también, que nos resulte un tanto problemática la fascinación del propio Fatah no sólo con Francia, sino también con su participación en un torneo organizado por una suerte de Sociedad Rural gala. A Fatah no sólo lo puede la sumisión ante la potencia, sino también un deseo de sentirse institucionalizado. En definitiva su viaje tendrá un premio que sus amigos y parientes podrán ver por Internet, a lo lejos, de costado. Sin querer, No se metan con mi vaca dice lo que su constante amabilidad entierra en el fondo sin remedio.