Ni héroe ni traidor

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Nicolás Savignone estrena su segunda película, Ni héroe ni traidor, un drama testimonial que aborda una temática tan dolorosa como difícil desde una óptica diferente. La decisión de ir o no ir a la Guerra de Malvinas.
1982, el Gobierno de facto de Galtieri se encontraba apretado con las denuncias de violaciones de Derechos Humanos acorralando por todos los flancos, y el desastre económico apremiante.
Como manotazo de ahogado, se intenta despertar el fervor popular, así como había funcionado con el mundial de futbol en e l’78, saldando una deuda pendiente de nuestro patriotismo, recuperar la soberanía de las Islas Malvinas.
El 2 de abril de 1982, Galtieri se asoma al balcón de Casa Rosada para realizar aquel fatídico discurso en el que anuncia que hacía ocho días nuestro ejército había tomado posesión de las islas, e incitaba al gobierno de Gran Bretaña a que “Si quieren venir, que vengan. Les presentaremos batalla”.
Obviamente, la Gran Bretaña comandada por la Primer Ministro Margaret Tatcher, que también necesitaba distracción para su quebrado pueblo, vino con su ejército; y así se desató uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia reciente.
Claro, dicen que es fácil analizar el partido con los resultados del lunes. Mirar los hechos en retrospectiva, conociendo los resultados ¿Pero acá no se sabía de antemano que era lo que iba a pasar?, y en definitiva; sea lo que sea que fuese a pasar ¿Tiene sentido la pérdida de vidas humanas por un sentido de patriotismo?
Nicolás Savignone había realizado en 2013 la comedia under Los desechables, y ahora consigue estrenar su segunda película, Ni héroe ni traidor; con un cambio de registro profundo, porque acá de comedia no hay nada.
Lo que sí se repite de aquella es el foco puesto en la juventud o post adolescencia. Matías (Juan Grandinetti) tiene 19 años, acaba de regresar de la colimba y aún no sabe qué hace con su vida.
Su madre (Inés Estévez) lo apaña y deja que siga haciendo su vida de adolescente hasta que encuentre un rumbo. Su padre (Rafael Spregelburd) es casi la cara opuesta, no comprende a su hijo – por más que se deja entrever que él a su edad era igual –, quiere que abandone el bajo y encuentre un trabajo, donde sea; podría estudiar contabilidad y entrar a trabajar con él en el puerto. También está su abuelo materno (Héctor Bidonde) que peleó en España en la guerra por el Peñón de Gibraltar, y al que su nieto ve como héroe de guerra.
Es abril de 1982, y Matías recibe la carta para presentarse nuevamente a prestar servicios militares, esta vez en el marco de la Guerra de Malvinas.
Sus dos amigos (Gastón Cocchiarale y Agustín Daulte) también reciben sus cartas, aunque cada uno tiene una actitud diferente. Uno es hijo de un militar (Fabián Arenillas), bravucón, homofóbico (¿tapado?), valiente patriota de la boca para afuera; está feliz con volver al cuartel a defender a su país; aunque claro, su papi le consigue un puesto para atender el teléfono en el cuartel. El otro está aterrado con la idea, no quiere saber nada, y está dispuesto a lo que sea para no ir.
Matías hace su proceso, al principio parece decidido a ir, pero poco a poco lo irá analizando.
Así como Los chicos de la Guerra miraba el frente de batalla y sus consecuencias inmediatas, Iluminados por el fuego también el campo y las consecuencias más a largo plazo, y El visitante directamente las consecuencias en la adultez; Ni héroe ni traidor analiza los momentos previos. Aunque claro, como espectadores, no podemos dejar de ver el diario del lunes, y Savignone también lo sabe, y no es algo menor.
No hay acá un punto gris, la posición de la película es clara, sin titubeo. Tanto desde el guion, como desde el lenguaje visual (a veces algo subrayado), está claro que ese patriotismo militar no es más que propaganda y aprovechamiento, y que se estaba mandando a nuestros chicos a un matadero seguro. La familia del joven militar tiene todos los condimentos para ser moralmente condenados, esa presunta valentía quedará clarísimo que no es tal, que en el fondo son cobardes que usan al otro como carne de cañón; y es que “alguien tiene que ir”, aunque difícilmente sean ellos.
También indaga es en esa idea de patriotismo y masculinidad asociada a lo bélico, las armas, la cacería, lo patriarcal. Algo que escapa estrictamente a la Guerra de Malvinas y alcanza un cariz universal.
Con frases que resuenan como una piedra contundente, y gestos controlados que expresan mucho, Ni héroe ni traidor es una película que duele.
Savignone va creando una tensión atrapante y agobiante, y hace que su duración (que además es bien corta, como para no irse por las ramas) pase rapidísimo. Algo de thriller, y mucho de drama, absorbe de lo mejor de nuestro cine testimonial tradicional.
Matías mira, observa, se asoma al balcón, posa sobre la ventana, quiere huir ¿pero hacia dónde, y de qué?
El importante elenco también es fundamental. Inés Estévez y Juan Grandinettti logran química de madre e hijo sin necesidad de gestos enormes, cruzan miradas, roces, palabras sueltas, y se entiende la preocupación de ella y la desorientación de él. Ambos consiguen grandes trabajos.
Spregelburd compone otro personaje patético en su filmografía, a este padre es difícil comprenderlo, más en sus últimas decisiones.
Mara Bestelli, como la esposa del militar, brillante como siempre, le alcanzan unos pocos minutos para destacarse. Cocchiarale y Daulte, como personajes contrapuestos también consiguen un nivel alto.
Ni héroe ni traidor es una película chica, deliberadamente fría; y dura, muy dura, sin necesidad de ningún asomo de golpe bajo. Savignone cala hondo en las emociones de sus personajes y transmite todo al espectador que no quedará inmóvil ante el mazazo que nos propina
¿y vos, fuiste a la plaza a festejar la toma?