Néstor Kirchner, la película

Crítica de Jonathan Santucho - Loco x el Cine

Sin respeto por la realidad.

En este momento, Argentina sufre un problema con la toma de ideologías. Es una división, impuesta por los poderes y aplicada por la mayoría del pueblo, que nubla la razón e impide la discusión civilizada: la idea de que todo lo que se dice sobre el ámbito político del país es una declaración de principios a favor o en contra del gobierno actual. Es en este contexto en el cual parece difícil hablar sobre un documental acerca del ex presidente que dió inicio a esta parte de la historia nacional, en especial cuando cada comentario positivo o negativo sobre el film, una entidad aparte, es tomado erróneamente como una decisión influenciada por una postura. Por eso, Néstor Kirchner, La Película es una prueba perfecta de la falta de profundidad, respeto y delicadeza que padece una parte del pensamiento en el país.

El proyecto, originalmente a cargo de Adrián Caetano (cuánto de su versión quedó en el producto final, casi nadie sabe) pero luego pasado a Paula de Luque (directora de Juan y Eva), tiene muchos problemas, arrancando con sus intenciones. Es claro que esto fue hecho con el objetivo de ensalzar las virtudes del kirchnerismo y de su líder, fallecido en 2010. El problema con esto es como, en lugar de aprovechar el formato del documental para mostrar la dualidad de Kirchner como político y como ser humano, así como el impacto de sus ideas en los últimos tiempos, de Luque siente la necesidad de ignorar las convenciones vitales del género, introducir elementos de ficción y añadir asuntos relevantes de hoy, generando una mezcla que se aleja de la realidad y entra con todo al terreno de la propaganda.

Los primeros minutos son una advertencia. Tras un texto de la directora y un testimonio algo forzado por Máximo, el hijo de Néstor, hay un collage de planos (acompañados por la música de Gustavo Santaolalla, el único buen elemento) que apuntan con todo al golpe bajo: chicos jugando y saltando en slowmotion, gente mirando directamente a la cámara de forma solemne, amplias tomas de campos, glaciares y demases marcas naturales del país. Este montaje idílico transcurre por varios minutos, hasta que se pasa a un resumen de las trágicas protestas de diciembre de 2001. El tacto y la sutileza de este fragmento van a continuar por el resto de la película.

Y lo que sigue no es mejor. El film recurre a dos tipos de testimonios: por un lado, los de los seres queridos (como Máximo o la hermana Alicia; sorprendentemente, no hay declaraciones de su esposa Cristina o de su hija Florencia); por el otro, los de gente inspirada por Kirchner. ¿Cuál es el inconveniente? Es que de Luque elige no identificar las testificaciones anónimas, lo que se podría interpretar como una forma de representar al pueblo en general, pero que choca, distrae y confunde en el formato del documental. Se muestra a un puñado de gente anónima que supuestamente fue ayudada por el presidente, pero no hablan en función de un grupo de un grupo, sino por ellos mismos. Nunca hay una sensación popular, sino de rejunte haciéndose pasar por nación.

Uno podría argumentar que lo mencionado recién no importa, en tanto que se profundice acerca de la figura de Kirchner. Podría ser, pero desafortunadamente este no es el caso: no entramos casi nunca a conocer al hombre detrás del poder, excepto por un par de declaraciones por parte de su madre y escasos clips. De Luque prefiere convertirlo en santo, compilando los grandes éxitos y discursos de su carrera política, y esquivando varios períodos temporales. Es en este compendio en el cual vuelve a actuar la tijera amarillista, con una edición nefasta que agrega eventos y sensaciones que nunca ocurrieron.

Un ejemplo de esto es la escena en la cual se toca la recordada visita de Kirchner al Colegio Militar en marzo de 2004, en la cual mandó descolgar los cuadros de los ex presidentes de facto Jorge Rafael Videla y de Roberto Bignone. Sin dudas, un fuerte momento, que no requiere de mucho trabajo para encapsular un costado de la presidencia de Néstor, ¿verdad? Según la producción del film no, porque mediante el zoom, el montaje y la música, era necesario mostrar de forma antagónica a un par de oficiales en el fondo con expresiones de furia y descontento. ¿Ocurrió algo alrededor de eso? No. Pero de todas formas, la huella de la última dictadura es usada para la emoción fácil, en otra muestra del juego de beatificar o demonizar la historia. Este tipo de trucos baratos arruinan los eventos e intenciones reales, y desinflan los cometidos que podían haberse logrado en la realización.

Ni siquiera el personaje foco del film escapa del maltrato, cuando la producción decide, durante la última parte, distanciarse de él para enfocarse en los eventos rodeando la presidencia de Cristina Fernández. Pasan videos enfocándose en responder su conflicto con el campo, su pelea contra Clarín por la Ley de Medios Audiovisuales, e incluso se frena la película para retratar el repentino cambio de ideas del periodista (hoy bastión de la oposición) Jorge Lanata. Bizarramente, Néstor Kirchner se vuelve un personaje menor en su propia película. Esto es, hasta que llega la hora de relatar su muerte, pero se elige mezclarla con otro suceso relevante de la época: la muerte de Mariano Ferreyra. La forma en la que unen ambos eventos es un símbolo de la ineptitud y la falta de tino de los responsables de este producto.

Seguramente, en el futuro habrá una obra que muestre al verdadero Kirchner, con sus aciertos y errores; una producción que cautive tanto a sus seguidores como a sus opositores. Hasta entonces, solo queda esta producción, que no merece ser llamada documental. Es un comercial flaco, un panfleto incompetente, un insulto a la audiencia y al hombre que fue retratado. Un producto de su época, que con suerte será olvidado.