Nebraska

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Un camino hacia mí

Que se estrena. Que se suspende el lanzamiento. Finalmente, tras muchas marchas y contramarchas, llega por suerte a los cines argentinos esta pequeña gran obra del talentoso realizador de Citizen Ruth (1996), La elección (1999), Las confesiones del Sr. Schmidt (2002), Entre copas (2004) y Los descendientes (2011) que, además, fue nominada a 6 premios Oscar: película, director, guión original, actor protagónico (Bruce Dern), actriz de reparto (June Squibb) y fotografía.

Alexander Payne regresa aquí al universo de las road-movies tragicómicas (más cómicas que trágicas) que ya transitara con Las confesiones del Sr. Schmidt o Entre copas con una apuesta rodada en blanco y negro y que en su esencia remite a los trabajos patagónicos del argentino Carlos Sorín y, sobre todo, a Una historia sencilla, de David Lynch, aunque -claro- con esos toques entre absurdos, cínicos y finalmente queribles propios de este cineasta nacido, precisamente, en Nebraska.

A los 77 años, el gran Bruce Dern (consagrado como mejor actor en el último Festival de Cannes por este trabajo) se luce interprendo a Woody Grant, un anciano en plena decadencia física y mental que está decidido a viajar desde su pueblo de Montana hasta la Nebraska del título para retirar el premio de un millón de dólares que una carta (que evidentemente contiene un engaño) le promete. Mientras su esposa no para de quejarse y los vecinos se burlan, uno de sus hijos (Will Forte) decide acompañarlo en el largo y caótico trayecto (luego más gente se irá sumando a la travesía).

Las películas de viajes, la mirada a esa Norteamérica profunda un poco patética y las relaciones entre padres e hijos son temas que parecen obsesionar a Payne, quien maneja este agridulce relato -que tiene otro hallazgo como recuperar a Stacey Keach en un nuevo papel de malvado- con ligereza y, al mismo tiempo, con sensibilidad y rigor, sin descuidar la belleza de las imágenes conseguidas por el DF Phedon Papamichaels. Un film cuyo abanico va desde la sátira más impiadosa hasta un profundo humanismo. En definitva, una fórmula ganadora.