Nacido para ser rey

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La espada en la piedra

Vivimos en una época en la que la industria cultural está tan obsesionada con todas esas estructuras narrativas supuestamente universales -hablamos de relatos y leyendas mágicas, construcciones retóricas semejantes, lugares comunes del andamiaje simbólico humano, etc.- que hasta cuando tiene la oportunidad de darle a la historia de turno una entonación localista/ nacional -léase características del país productor propiamente dicho- una y otra vez termina optando por obviar los rasgos autóctonos en pos de satisfacer esas ansias insoportables del marketing actual de hacer productos para todos los malditos públicos posibles, lo que es lo mismo que decir que nos topamos sin cesar con obras gigantescas que no apuntan a nadie en particular y por ello jamás terminan de interpelar a cada uno de los espectadores ya que ofrecen muy poco de todo y desde una pobreza imaginativa alarmante.

Ahora bien, una versión light de todo lo anterior es lo que se mueve por detrás de Nacido para Ser Rey (The Kid Who Would Be King, 2019), una película que pudiendo aprovechar el folklore mitológico de Gran Bretaña prefiere en cambio recurrir a fórmulas narrativas hollywoodenses pomposas que terminan empantanando el asunto: para ser más precisos, el film arranca entregando una interesante combinación de humor irónico inglés y una suerte de reinterpretación adolescente de la leyenda del Rey Arturo para luego hundirse en una serie de clichés -sobre el autodescubrimiento del héroe y las luchas internas del grupito que lo acompaña- que vienen siendo explotados por el cine de aventuras desde las adaptaciones de Peter Jackson de El Señor de los Anillos (The Lord of the Rings), estereotipos que el mismo neozelandés agotó con su espantosa y aburridísima saga de El Hobbit (The Hobbit).

El protagonista es Alex (Louis Ashbourne Serkis, hijo de Andy Serkis), un joven que en la Gran Bretaña actual logra extraer la mítica Excálibur de entre unos escombros edilicios y así descubre que está destinado a reunir una nueva tanda de Caballeros de la Mesa Redonda con el objetivo de fondo de detener a la villana principal, esa Morgana (la bella Rebecca Ferguson) que amenaza con regresar para esclavizar a toda la humanidad y controlar el mundo. Ayudado por su amigo Bedders (Dean Chaumoo) y dos ex matones del colegio al que asisten, los mayores Lance (Tom Taylor) y Kaye (Rhianna Dorris), Alex asimismo contará con el padrinazgo de un Merlín que tomará la forma de un adolescente como ellos para pasar desapercibido entre los alumnos (Angus Imrie compone a la versión púber del personaje y un sumamente desperdiciado Patrick Stewart hace del Merlín avejentado real).

Este segundo opus como director y guionista de Joe Cornish, aquel de la encantadora Ataque Extraterrestre (Attack the Block, 2011), en esencia trata de replicar los engranajes de la susodicha sustituyendo a los aliens por la fábula arturiana y al slang callejero por la iconografía adolescente de autosuperación, no obstante apenas la trama abandona la ciudad donde viven los niños protagonistas el asunto se torna bien pesado porque desaparece casi de inmediato la algarabía inicial producto del contraste entre la ostentosa misión de los pequeños y su trasfondo mundano, quedando en su lugar ese tono apesadumbrado estándar y los latiguillos prototípicos de estas odiseas para el consumo multitarget (ni siquiera la idea final de convertir a la escuela en su conjunto en un ejército de cruzados nos salva de la medianía). Cornish vuelve a demostrar que cuando quiere puede disparar diálogos ingeniosos que evitan los chistecitos bobos de la comarca yanqui, apostando en cambio a que la comicidad surja de las mismas situaciones, pero a fin de cuentas desperdicia lo que podría haber sido una epopeya familiar amena de pulso paródico en torno a la legendaria “espada en la piedra” con vistas a contentar a los capitales estadounidenses detrás de la producción, lo que implica más facilismos narrativos y una mayor presencia de CGIs…