Nace una estrella

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Como todos sabemos, los principales equipos de guionistas han emigrado vorazmente hacia las cadenas televisivas y las plataformas online donde se están produciendo todo tipo de series y de material exclusivo, quedando el cine mainstream de Hollywood bastante huérfano de escritores.
Es así como productores, guionistas y directores, echan mano a secuelas, precuelas y remakes de diverso calibre ante una importante escasez de ideas innovadoras. Sólo en ese contexto puede entenderse un producto como la tercera remake musical (cuarta versión, en rigor de verdad) de “NACE UNA ESTRELLA” en este caso, con el dúo protagónico de Bradley Cooper y Lady Gaga.
No sólo es el contexto del refrito de ideas ya probadas sino también el de lanzarla en el momento oportuno de abrir la temporada de premios en donde la corrección técnica, las recetas probadas y las actuaciones con giros importantes en las carreras de los protagonistas, huelen tempranamente a nominación al Oscar.
“NACE UNA ESTRELLA” se presentó por primera vez en el año 1937 protagonizada por Janet Gaynor y Fredric March. La icónica Judy Garland junto a James Mason, protagonizan la primera remake, totalmente virada al género musical, en el año 1954, dirigidos por el gran George Cukor.
Pero quizás la versión que hoy todos tengamos más presente es la de 1974 donde una joven Barbra Streisand aparecía en la pantalla en una nueva entrega, acompañada por Kriss Kristofferson y de la mano de Frank Pierson, un director finalmente dedicado al mundo de la televisión, de la que nos quedó el eterno recuerdo de la canción ganadora del Oscar: “Evergreen -tema de amor de 'Nace una Estrella'”.
En esta nueva remake, Bradley Cooper no solamente asume el rol protagónico sino que además es su debut en la dirección y ha participado en el guion y la producción del filme, una propuesta multifacética que si bien no desentona en absoluto, tampoco le permite brillar completamente. En este caso se aplica perfectamente lo dicho en el refrán de “el que mucho abarca, poco aprieta”.
Cooper se pone en la piel de Jackson Maine, un talentoso y famosísimo cantante de música country/melódica quien, en la cima de su carrera y después de uno de sus mega-recitales, hace una parada para emborracharse en pleno Los Ángeles, encontrando refugio en un bar de drag queens.
Allí se cruzará con Ally, una joven mesera con aspiraciones dentro del mundo de la música y a partir de ese encuentro, todo se verá modificado. Mientras Ally/Lady Gaga interpreta en el bar una extraordinaria y sensual versión de “La vie en Rose” –canción inmortalizada por Edith Piaf-, Jackson siente un instantáneo flechazo, además de quedar subyugado por su voz, su presencia y su talento. A partir de ese mismo instante, comienza esta clásica historia de amor en donde él intentará ayudarla a cumplir su sueño al mismo tiempo que vaya perdiendo paulatinamente el control de su propia carrera.
La película está divida en tres partes bien diferenciadas y con una marcación bien tradicional: una primera parte donde se conocen y ella comienza a penetrar en su mundo, no sólo sentimentalmente hablando sino también formando una explosiva y taquillera pareja artística con Maine.
Una segunda parte en donde Ally emprende su carrera como solista, al mismo tiempo que la de Jackson se despedaza frente a su incapacidad de lidiar con sus graves problemas con el alcohol y otros desbordes para adentrarnos en una etapa final –una tercera parte-, en donde se subrayan los ribetes de melodrama clásico, en donde Jackson intentará volver a tomar las riendas de su carrera y de su vida en plena rehabilitación.
Con un arranque visualmente brillante y una potencia musical que arrasa en toda la primer parte, en donde se luce el tema “Shallow” interpretado con una química perfecta entre Cooper y Lady Gaga, la película comienza a hundirse en las arenas movedizas de una segunda parte en donde Gaga gana protagonismo pero la película no logra sostenerse por sí misma.
Allí donde “NACE UNA ESTRELLA” se vuelve el vehículo para el supuesto lucimiento de Lady Gaga y se centra en el ascenso de Ally, la trama se vuelve morosa, aporta poco y repite demasiado y aún con un trabajo actoral interesante –su registro vocal es impactante y perfectamente funcional a la historia-, a Gaga le es difícil sostener por sí sola toda la película.
Pasada esta fallida segunda parte, Cooper como director y como protagonista, logra recuperar el empuje y el interés del espectador y retoma convincentemente las riendas del relato para completar esta historia de amor y redención con un tercer tramo en donde las piezas vuelven a su lugar y el cierre tiene la potencia que la historia necesitaba.
Si bien Bradley Cooper tiene el talento suficiente como para darle vida a un Jackson Maine con los claroscuros que su personaje requiere, en las escenas de mayor carga dramática en donde el alcoholismo y la adicción arrasa con su carrera, cuesta creerle a pesar de todos sus esfuerzos.
El personaje parece construido de afuera hacia adentro –más cáscara que alma- y pierde en la comparación con otras composiciones memorables (no tanto de las versiones anteriores), cercanas en estilo y temática, como la de Jeff Bridges en “Loco Corazón”. Sam Elliot como Bobby, el hermano de Maine que representa un permanente fantasma de su pasado y del tormentoso vínculo con su padre, se luce nuevamente en su composición que se sumará a la galería de brillantes participaciones secundarias como lo hizo recientemente en “Grandma” y en “Te veré en mis sueños”.
De todos modos, la química que logran en pantalla Cooper y Lady Gaga es tan impactante y superlativa, que salva cualquier desnivel y cualquier detalle. Ambos tienen una presencia magnética y brindan dos interpretaciones con matices y que se lucen sobre todo en la primera parte.
Cooper, en su rol de director, logra un producto visualmente atractivo y se apoya fundamentalmente en brindar dentro del esquema tradicional (sin virtuosismos de cámara o rarezas técnicas), una historia potente que encuentra su pilar fundamental en sus dos protagonistas con una acertada elección de Lady Gaga quien, por si todavía quedaban algunas dudas, cierra esta nueva versión de “NACE UNA ESTRELLA” con el tema “I'll never love again” en un verdadero huracán emocional del que es imposible resistirse (y si… el Oscar a Mejor Canción se lo lleva seguro!).