Nace una estrella

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

El mecenazgo suicida

El encanto detrás de Nace una Estrella (A Star Is Born), y la explicación para su vigencia y maleabilidad en lo que atañe a las diversas adaptaciones a lo largo de 81 años desde la versión original de 1937, reside en una fórmula narrativa doble atemporal basada primero en el artesano/ artista novel superando a su maestro/ mecenas y segundo en el clásico devenir autodestructivo del ser humano por frustraciones varias consigo mismo o con su entorno. Esta nueva relectura cortesía de Bradley Cooper y Lady Gaga, quienes vienen a suceder a aquellos recordados Fredric March/ Janet Gaynor de 1937, James Mason/ Judy Garland de 1954 y Kris Kristofferson/ Barbra Streisand de 1976, en esencia nos ofrece una versión más pulida del trabajo de Frank Pierson, definitivamente un vehículo comercial para Streisand, la película más floja del lote y el film que terminó de llevar a la premisa de base desde la coyuntura hollywoodense y los actores hacia el ámbito musical mainstream y toda esa colección de fantasmas que arrastran los cantantes que se paran en un escenario.

El esquema vuelve a ser el mismo y nos presenta la relación sentimental entre un músico veterano y de cadencia bastante suicida y una joven promesa del circuito independiente, y en paralelo el despegue decisivo hacia la masividad de esta última, suerte de testigo de las adicciones e incapacidad de recuperarse de su pareja. Aquí Jackson Maine (Cooper) es el rockero reventado de turno y la señorita es Ally (Gaga), una chica que él conoce cuando luego de un recital ingresa en un bar que resulta ser queer y allí la escucha interpretar La Vie en Rose, enamorándose y al mismo tiempo convenciéndose del talento de la mujer. Eventualmente Ally graba un disco y emprende una serie de conciertos cuando después de acompañar a Jackson en vivo un productor/ manager bien cínico y despiadado, Rez (Rafi Gavron), la conduce hacia la comarca del pop prefabricado. Mientras el dúo se consolida casándose y la lucha de Maine contra el alcohol, las pastillas y la cocaína continúa adelante, las casi antagónicas concepciones y períodos profesionales de ambos terminarán chocando.

No sólo el proyecto es de por sí ambicioso porque retoma una de las estructuras retóricas más antiguas/ por antonomasia de la industria cinematográfica norteamericana sino también debido a que constituye el debut como director y guionista de Cooper, quien aquí apuesta a un tono mucho más realista y menos pomposo que su homólogo del opus de 1976, detalle que genera un atractivo contrapunto entre la austeridad y el naturalismo de las secuencias que retratan la intimidad de la pareja y la grandilocuencia “rebajada” de las presentaciones en público, más cerca de la desnudez emocional que del mega show paradigmático del enclave mainstream yanqui. En cierto sentido el realizador y actor compensa la ausencia de aquella efusividad del glorioso Kristofferson, esa que lo llevaba a conducir una moto arriba del escenario o a dispararle con un arma a un helicóptero, a través de un influjo sensible y sutilmente astuto que pone a la sinceridad expresiva en un lugar de privilegio como pocas películas hoy por hoy lo hacen, casi siempre presas de poses a las que se les ven los hilos.

Más allá del despliegue paulatino de la fuerza condensada en la historia, las otras dos columnas vertebrales de Nace una Estrella (A Star Is Born, 2018) son el gran desempeño del elenco -con los dos protagonistas a la cabeza, por supuesto- y la eficacia de las canciones, las cuales no son precisamente una genialidad absoluta aunque cumplen con las necesidades dramáticas del film en general: Cooper parece una mezcla de Neil Young, Willie Nelson y Johnny Cash y la verdad es que construye un personaje muy rico con cuentas pendientes con su pasado que curiosamente lo alejan de los tics formales del artista autoindulgente, el magnífico Sam Elliott compone a su hermano mayor Bobby, otro ser conflictuado aunque con menos presiones que Jackson, Gaga sale muy bien parada en todo el espectro anímico que recorre su personaje y los temas juegan con el grunge, el country más aguerrido, las baladas y las canciones con base techno/ hiphopera (en este último caso para ella). Quizás lo más interesante de la película sea la oposición más o menos explícita entre la honestidad promedio del rock y la pantomima mitómana promedio del pop, eje de las crisis de la dupla y de una obra que critica el canibalismo de la industria cultural y la artificialidad impuesta desde las cúpulas a los creadores, enfatizando la paradoja de tener a una Gaga en el elenco que podrá cantar como los dioses pero que en realidad no pasa de ser otro ejemplo más de producto pop desechable en el que ya no se puede identificar qué elemento de su propuesta artística es sincero y cuál responde a la dictadura del mercado…