Mundialito

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Atenta mirada retrospectiva a una realidad caída en el olvido

Da bronca a veces ver algo que está bien hecho que lamentablemente tanga pobre difusión. Con mucho esfuerzo por cierto, pero pobre. Acá entraríamos en la discusión entre grandes cadenas y salas independientes, pero no viene al caso. Lo digo para puntualizar que se va a perder una buena realización si no se acerca al Cosmos, al Artecinema (Espacio INCAA Km3) o al cine Monumental, en la peatonal Lavalle.

El film de Sebastián Bednarik pone luz sobre un hecho casi olvidado por la sociedad. No recuerdo en 20 años haber estado en algún asado, reunión, cumpleaños, o cualquier otro evento, en donde se tocara el tema fútbol, y por arrastre el Mundialito que organizó y ganó Uruguay en 1980. Realmente ha quedado en el olvido.

La producción comienza haciendo una pequeña introducción con imágenes de la construcción del estadio Centenario, de Montevideo, del mundial de 1930 y el de 1950 que Uruguay ganó en Brasil. Mientras, Gerardo Caetano, ex futbolista y actual historiador, va enunciando algunos de los conceptos que definen el fútbol y lo que este representa en la sociedad de uruguaya. Al espectador podría parecerle un documental de manual, pero justo cuando esta idea empieza a pergeñarse aparece la frase: “el mundialito fue un circo”.

Este llamado de atención, que corta la excelente música del trío Ojos del Cielo, sirve para dejar al espectador con una inmediata ansia de saber lo que sigue. Y lo que sigue es una fabulosa compilación de imágenes y entrevistas que a su debido metraje nos ubica en tiempo, espacio, contexto histórico, político y social.

La realización incluye unos treinta apreciaciones respecto de aquél certamen aportadas por políticos, futbolistas, periodistas, presos políticos, hasta el mismísimo Joao Havelange, quien dejan los habituales puntos grises a los que la FIFA nos tiene acostumbrados. Cabe señalar que Julio Grondona, presidente de la AFA, se negó a ser entrevistado.

Poco a poco andar el documental va recorriendo los meses previos a la organización del evento. Lo hace en paralelo con otro hecho significativo en la vida uruguaya de entonces, la famosa convocatoria de la dictadura militar (en el poder desde 1973) que mediante un plebiscito por el SI o el NO intentó modificar la Constitución para dar marco legal a su intervención, pero el lapidario rechazo significó también frustrar el intento de postularse como gobierno en las siguientes elecciones libres.

Los resultados de ambos emprendimientos fueron muy diferentes. La Constitución que promueven los militares es rechazada por la ciudadanía. En cambio, el apócrifo torneo mundial del que sólo participan, además del dueño de casa, los también campeones mundiales Argentina, Brasil, Alemania e Italia, más el dos veces vice campeón Holanda en sustitución de la renunciante Inglaterra, se convierte en un éxito doble, o triple. En la cancha, Uruguay obtiene el trofeo; fuera de ella, tanto el gobierno como la silenciosa y silenciada oposición encuentran méritos para apropiárselo.

Sebastián Bednarik no deja ningún recoveco de la historia sin mirar, y realiza su documental con una precisión y calidad pocas veces vista. Su capacidad de observación de la sociedad llega a un punto álgido y brillante, produciendo el mejor y más irónico momento entre su realización y el espectador:

Dentro de las imágenes y audio de archivo recopiladas para “Mundialito” están los relatos de Víctor Hugo Morales con las imágenes de la transmisión televisiva. Pese a resaltar muchas veces lo terrible del momento, y las intenciones de la dictadura al organizar este evento deportivo, el espectador futbolero no podrá evitar desviar su atención al relato, al partido, y hasta cual fue el resultado.

Todas las entrevistas tienen una gran riqueza en contenido, por ejemplo, la del futbolista Sócrates, quién se encarga de aclarar que al jugador de fútbol no le importa la política poniendo él mismo un ejemplo contundente, además de contar su cruzada para tratar de modificar esa realidad.

Reconocimiento aparte para el sonido de Daniel Márquez y Fabián Oliver. Tantas veces despotrico contra la calidad de este rubro en muchos documentales, ahora, nobleza obliga:, gracias a los dos técnicos el espectador no se pierde ni la respiración de los entrevistados, además de un perfecto balance con los audio de archivo. Al menos esto pude percibir en la hermosa sala del Artecinema en donde la vi.

Salvo una mejor y merecidísima exhibición no le falta nada a esta muy buena realización, cuyo objetivo de rescatar una parte de la historia se cumple con creces. El cine, agradecido.