Mortdecai: El artista del engaño

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

En busca de la pintura y el dinero nazi.

Con un elenco de grandes actores y grandes egos - Depp, Paltrow, McGregor- el film de David Koepp cuenta la historia de un excéntrico marchante que intentará hacerse de una obra de arte que esconde un millonario tesoro.

Un viejo axioma de la crítica sugiere que en determinadas películas se percibe que los actores la pasaron muy bien durante el rodaje. Imposible de comprobar, el caso de Mortdecai: el artista del engaño tiene bastante de aquella suposición aunque también no se esté frente a un film descartable. Livianita, sofisticada, con un costoso envoltorio escenográfico e interpretada por actores importantes, la película tiene al mejor guionista que director David Koepp como el responsable de domesticar –hasta donde pudo– a un casting egocéntrico y repleto de estrellas. La invitación argumental es pueril pero funcional: el excéntrico marchante Charles Mortdecai (Johnny Depp, quien viene repitiendo algunos gestos desde Charlie y los chocolates empalagosos, de Tim Burton), anda detrás de una obra de arte que tendría un código como acceso a una cuenta bancaria que pertenecía a los nazis. A Mortdecai lo rodea su esposa Johanna (Paltrow), un inspector del MI5 británico (McGregor), su cuñado (Goldblum) y, más adelante, otros compradores y rusos acosadores y enojados por la destreza e inteligencia del personaje central. Como un film del período clásico que fluctúa entre el humor flemático de los títulos ingleses de Hitchcock más la elegancia y sofisticación de Para atrapar al ladrón del mismo cineasta, Mortdecai trabaja los típicos elementos de esta clase de comedias: errores, equívocos, engaños, diálogos filosos y una levedad argumental que no va más allá de aquello que pretende su historia. Se está frente a un registro genérico donde al inicio se informa que Mortdecai se encuentra en bancarrota y que por ese motivo saldrá a la búsqueda de una obra artística no tan valiosa pero que esconde un secreto que se traduciría en una fortuna de dinero. Por lo tanto, el "MacGuffin", pretexto argumental que hace avanzar a la trama, tan recurrente en las obras maestras de Hitchcock (sí, otra vez), actúa como el disparador para que surjan los otros personajes que rodean al simpático marchante. De allí en adelante, un poco a los tropezones, la película presenta a esos secundarios que al relato le son útiles para narrar a través de la acumulación. En esos pasajes, Mortdecai gana y pierde la partida: algunas situaciones no resultan graciosas, los mohínes de Depp pecan de reiterativos y el relato dispara hacia otros vectores sin demasiado interés. Pero como se trata de una comedia con códigos del policial, más de una vuelta de tuerca habrá en el desarrollo de la historia, más si Mortdecai peca de ingenuo por confiar y no dudar de quienes están cerca de él.