Morir como un hombre

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Humano demasiado humano

Un soldado se prepara para la guerra. Como un guerrero primitivo se pinta la cara. En el bosque y por la noche camina junto a otros miembros del pelotón en una misión imprecisa. En vez de matar tendrá sexo con un compañero, aunque posteriormente habrá un disparo, una reacción desmedida de Zé Maria, cuyo padre es un travesti.

La secuencia siguiente es fascinante. Un plano sobre las manos de un médico explicando la mutación quirúrgica del sexo, que se intercala con los títulos, funciona como un preámbulo filosófico: la identidad (sexual) es maleable, como si el mismo modelo de la materia (humana) fuera el origami. Así, plegando un papel, el doctor simplemente subscribe el deseo de Tonia: “vivir en lo plural”.

La tercera secuencia no es menos magistral: un extenso y elegante travelling lateral hacia la derecha va descubriendo el microcosmos multicolor del personaje de Morir como un hombre . Mientras caminan por un vivero Tonia y una amiga hablan sobre su posible operación genital, una decisión trascendental, quizás un gesto demasiado radical si sólo se trata de satisfacer a su joven novio Rosario, a veces hijo más que amante, un junkie caprichoso que indudablemente ama a Tonia.

Estas tres escenas consecutivas sintetizan la totalidad del filme, una ostensible obra maestra cuyo título cierra y anticipa literalmente la trama. Tonia, que vivió como mujer toda su vida, morirá como un hombre, pero lo que importa aquí no es el destino fatídico del personaje sino las coordenadas simbólicas de una vida. El catolicismo de Tonia, el amor por sus mascotas, su hijo y su amante, su fama como gran estrella del musical (siempre en fuera de campo, pues jamás veremos a Tonia sobre el escenario, aunque sí escucharemos a sus fans aplaudir) y su rivalidad con la bellísima Jenny.

La tercera película de Joao Pedro Rodrigues demuestra el potencial del lenguaje cinematográfico. Aquí, Rodrigues reinventa el color. Los planos al ras del suelo sobre zapatos, un paseo frente al lago, una caminata por un cementerio, un corte de pelo son pasajes en los que Rodrigues invita a percibir el color como un fenómeno medular de la experiencia humana. Una salida nocturna a un bosque para cazar duendes, liderada por Maria Bakker, un travesti que recita a Celan en alemán, es el momento más sublime y cómico del filme. Lo que vemos deviene rojo, y junto a todos los personajes escuchamos un tema musical.

El plano secuencia final también viene acompañado de una canción. Tonia le canta a Lisboa y a los hombres y mujeres libres del mundo. “El intento de estabilizar una identidad es en sí mismo un proyecto disciplinario”, decía Leo Bersani. En el cuerpo de Tonia y en su fe en lo plural Rodrigues revela el precio de la desobediencia.