Morir como un hombre

Crítica de Manuel Yáñez Murillo - Otros Cines

Amores perros

En su tercer largometraje, el portugués João Pedro Rodrigues -O Fantasma (2000) Y Odete (2005)- parece haber encontrado el equilibrio justo entre las dos fuerzas capitales de su cine: la cruda fisicidad de sus relatos y la mirada romántica con la que rastrea la tortuosa existencia de sus personajes, criaturas que viven "bajo la influencia" de trágicos embrujos sentimentales.

Morir como un hombre, una suerte de fábula religiosa y psico-sexual que bascula entre el delirio onírico y el melodrama minimalista, retrata el via crucis que atraviesa Tonia (Fernando Santos), un viejo travesti enfrentado a las sombras que la culpa cristiana proyecta sobre su contradictoria identidad.

Fascinado por los márgenes de la sociedad, por el extrarradio, por personajes que se refugian en una enigmática clandestinidad, Rodrigues inventa historias plagadas de presencias fantasmales y las ilumina gracias a la solidez de su propuesta formal, sostenida aquí sobre el uso riguroso del plano fijo, la apelación a una fragmentación bressoniana, el trabajo desnaturalizado (y espléndido) de los intérpretes y algún que otro guiño al imaginario hitchcockiano.

(Esta reseña se publicó durante el BAFICI 2010)