Moacir

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

Locura con alta dosis de cordura

“Parezco medio loco, pero yo sé lo que hago”, dice Moacir dos Santos, estrella excluyente del documental de Tomás Lipgot. La frase pinta por completo a un personaje tan especial como atrapante. Moacir estuvo diez años internado en el neuropsiquiátrico Borda y salió con un sueño: poder grabar un disco. Este trabajo muestra ese proceso de grabación, pero va mucho más allá. Porque gracias al contrapunto con el músico Sergio Pángaro, que oficia de productor del futuro material del artista brasilero, se muestra la esencia de Dos Santos. “El Borda es un infierno para alguien inteligente como yo”, aclara Moacir mirando a cámara, una herramienta que cada es vez es más familiar para el protagonista. La plenitud y la alegría de Moacir es clave en este trabajo, que obliga a repensar cómo se traza la delgada línea entre la cordura y la locura. Lo paradójico es que los delirios artísticos de Moacir son mucho menores que los de cualquier artista estrella supuestamente cuerdo. Y da ternura verlo de traje, con peluca, y con exigencias muy finas en pleno proceso de grabación. "Cantando he de morir" afirma con su mirada fija, y lo dice sin medias tintas. Es lo que siente, no tiene filtro, baila cuando tiene ganas, canta cuando se le ocurre, estira una nota en un agudo exagerado porque le parece que queda bien. El es así. Y por eso es un personaje que bien merece una película. Porque su locura es más sana que la cordura de muchos mortales.