Mis tardes con Margueritte

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Con el encanto del viejo cine francés

Setenta y dos años tiene el colibretista de esta película, Jean-Loup Dabadie, 77 su director, Jean Becker, 96 la protagonista, madame Gisele Casadesus, de la Comédie-Française, y apenas 63 Gerard Depardieu, un pibe al lado de los otros, pero con más tonelaje que los tres juntos. Impresiona ver a la anciana señora Casadesus, toda delgadita y delicada, al lado de semejante mole. Ese contraste es aprovechado para remarcar la diferencia visible entre sus personajes: un gordo torpe y exaltado, y una doctora ya jubilada, que disfruta de la lectura y la amable conversación. Pese a tanta diferencia, se hacen amigos.

¿Qué tienen en común? Varias cosas, sólo que él es como un diamante en bruto, una cabeza sin cultivar, como sugiere el título original, un tipo sensible, habilidoso, pero que desde niño aceptó creerse medio burro sólo por culpa de una madre malhumorada, un maestro necio que lo tomó de punto en la primaria, y un vecino que se cree superior. Ahora, ya grande, ha encontrado por pura casualidad una verdadera maestra, que sabe apreciar sus intereses y, como naturalmente, sin imposiciones, lo orienta para cultivarse un poco. Nada a la americana, el gordo no va a salir genio ni literato, simplemente va a decir con mayor precisión lo que le pasa, lo que percibe, y a disfrutar al fin de cosas que le parecían ajenas, como los libros.

Esa es la anécdota, que culminará en un cinematográfico gesto de agradecimiento, y en un descubrimiento tardío: su madre tampoco había sabido expresarse. En la vida, cada uno hace lo que puede. Sin recargar la historia con violines, sin hacerla tampoco demasiado complicada con los demás personajes que acompañan la trama (una gordita amigovia, otra gordita dueña del bar pero no del hombre que ama, los amigos simples de compartir copas y bromas, la madre ya vieja con los cables definitivamente pelados), y todo bajo el sol de un pueblito tranquilo, donde todos se conocen y el hombre conoce a cada una de las palomas de la plaza, digamos, no es lo mejor de Becker, pero es sencillamente agradable, de esas que se acompañan con simpatía y dejan buen sabor de boca.

Tendencia

Puede decirse que, en el actual cine de Becker, «Mis tardes con Margueritte» (así, con doble t) sigue la tendencia de su anterior «Conversaciones con mi jardinero», que el hombre sigue inspirándose en buenas lecturas (para el caso, la novela de Marie-Sabine Roger), y que en el público el resultado sigue teniendo el mismo efecto placentero. Ahora, claro, si alguien dice por ahí que los personajes están caracterizados a grandes rasgos en función de una idea moralizante, y resultan inverosímiles desde una perspectiva realista, es que pretende ver otra película. Desde el vamos, madame Casadesus y Depardieu recitan sus diálogos a la vieja manera francesa, ésa es la intención, y es también parte de su encanto.