Mis tardes con Margueritte

Crítica de Fernando López - La Nación

La amistad más inesperada

Un ogro buenazo, ingenuo e iletrado al que la vida no le ha dado sino desdichas, si se descuenta a la bella conductora de ómnibus que -misterios del carisma- está enamorada de él. A pesar de su tamaño, o por causa de él, Germain siempre recibió las bofetadas. A su padre no lo conoció, de chico era objeto de burla de sus maestros y compañeros (como de grande lo es, a veces, de sus amigotes del boliche) y su madre, verdadera bruja, disfruta hasta hoy de humillarlo en cuanto se le presenta la oportunidad. Con todo, el hombre conserva el carácter afable, es generoso y solidario y manso como las palomas que le gusta observar en el parque.

Así, transparente, se muestra cuando conoce a la anciana de 95 años, delicada, serena, viajada y culta, que, libro en mano, aparece un día en su vida y empieza a regalarle lecciones sobre la literatura y la vida. Lecciones que son retribuidas por el discípulo; también él, con sus limitaciones y sus carencias afectivas, tiene cosas que enseñarle a su nueva amiga. Es casi analfabeto y algo torpe, pero no le falta inteligencia.

Germain es un personaje ideal para que Gérard Depardieu pruebe que su glotonería interpretativa (ha llegado a filmar diez films en un año, y ya se acerca a los doscientos títulos) no le ha restado ni pizca de talento. Margueritte lo es para que pueda disfrutarse del fresco encanto de Gisèle Casadesus y de su sólido oficio. Y toda la fábula, como le gusta al veterano Jean Becker, es también ideal para sensibilizar al espectador y prepararlo para que un final feliz le deje en el ánimo una sensación de bienestar. Aunque los mecanismos que administran los recursos de la comedia sentimental queden al descubierto.

Cineasta a la antigua, Becker atiende a los diálogos y al desempeño de los actores (los principales y los que conforman el pintoresco cuadro provinciano) y en lo formal no se aparta de la tradición. Eso sí, en busca de emoción, carga las tintas del melodrama más de una vez (especialmente en la subtrama relacionada con la madre, una caricaturesca y divertida Claude Maurier, y en el desenlace de la historia de Margueritte), y no se preocupa por enriquecer con algunos matices a personajes tan monolíticos como los que le propone la novela de Marie-Sabine Roger. La literatura (Albert Camus, Romain Gary, Luis Sepúlveda) se incorpora bastante fluidamente en el relato, pero se vuelve redundante en el final que Depardieu recita en off.