Miró. Las huellas del olvido

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Franca González es una documentalista con una extensa trayectoria en el formato televisivo, de investigación y de unitarios documentales que ha trabajado dentro del equipo de la destacada Clara Zapettini y que ha participado de competencias internaciones y obtenido diversos premios con sus trabajos anteriores “Atrás de la vía” y “Tótem”.
Pero sin dudas, su trabajo más reconocido por el público, es el que realizó al ganar una beca de estudios en Canadá, retratando de manera singular al dibujante y humorista Santiago Liniers en “Liniers, el trazo simple de las cosas”, una mirada sensible y personal sobre los caminos del arte y el proceso creativo, pero que también se hacía eco del desarraigo y del cambio de mirada que propone el hecho de ser becario en el extranjero.
Su trabajo anterior “Al fin del mundo” (disponible en la plataforma gratuita www.cine.ar) es el que está más claramente emparentado con este último trabajo, su quinto documental: “MIRO, LAS HUELLAS EL OLVIDO”. Así como antes había dejado que su cámara tomase la vida cotidiana y el devenir de algunos de los habitantes de Tolhuin, un pequeño pueblo en Tierra del Fuego, ahora es el turno de un pueblo que en algún momento existió y del cual, quedaron solamente sus muros escondidos debajo de los campos sembrados de soja.
Este pueblo fantasmático es justamente el MIRO del título y se encontraba en el norte de la Provincia de La Pampa hasta desaparecer por completo en 1912.
A partir de un trabajo realizado por alumnos de una escuela rural, que en ocasión de hacer un picnic encontraron fragmentos de objetos que, removidos por los arados, brillaban en la tierra, Franca González comienza a plantear la reconstrucción de la historia de este pueblo que tanto tiene que ver con su propia historia (la directora es nacida en General Pico) y la de su familia de origen.
Un candado, la pieza de una balanza, trozos de botellas o platos de porcelana, partes de una tetera, llaves… todos objetos que permitirán contactarse con un pasado, hoy olvidado y que generan diversos disparadores, pero que básicamente apuntan a la memoria, el olvido y la desaparición; a un pasado oculto en el recuerdo de los descendientes de sus pocos pobladores que 110 años después darán cuenta de su existencia.
El relato se completa con registros del ferrocarril –momentos de gloria de Miró-, fotos, postales, fragmentos de cartas donde los habitantes/fundadores relatan sus primeras impresiones del pueblo, sus sueños y sus expectativas, van conformando el rompecabezas que lentamente arma la directora para adentrarnos en la historia.
La técnica de Franca González nuevamente privilegia la geografía por sobre todos los otros elementos: el paisaje se erige como el protagonista excluyente. Las presencias, los testimonios, las voces que dan cuenta de la existencia de Miró no son protagónicas sino que irán acompañando la potencia de las imágenes. Bellísimas postales que van ganando cuerpo a través de los testimonios, pero que siempre se encuentran por sobre el resto de los elementos del relato.
A contrapelo de otros documentales de ciudades como el excelente “Construcción de una ciudad” de Néstor Frenkel o “La gente del rio” de Martin Benchimol y Pablo Amparo, en donde la figura de los habitantes de estas ciudades eran el andamiaje de la fuerza del relato y generaban una particular empatía con el espectador, González elige sólo mostrarlos en contadas ocasiones.
Prefiere que algunos relatos queden como voz en off, como una silenciosa invitación a que contemplemos algunas situaciones cotidianas que se desarrollan sin poner demasiadas palabras, confiando mayoritariamente en la fuerza de sus imágenes.
Es por ello que “MIRO, las huellas del olvido” es visualmente potente y estéticamente bello, pero en este caso (como ya sucedía en “Al fin del mundo”) la decisión de la directora de tomar cierta distancia de los personales que son convocados como parte del relato, hace que ese rigor formal no deje espacio para que aparezcan la emoción y la espontaneidad.
Nos deja, en parte, con esa sensación de querer saber mucho más de quienes aparecen en el film tan brevemente, voces que también son parte integrante de la historia más allá de las hermosísimas postales.