Mi villano favorito

Crítica de Rodrigo Seijas - CineramaPlus+

Pariéndose a sí mismo

Entretiene dignamente, aunque con la secuela finalmente sabremos hacia donde caminará esta saga.

Mi villano favorito es como un Frankestein cuyas partes son tomadas de distintas fuentes, hasta formar un cuerpo poco lógico por momentos, no del todo armonioso, pero no por eso menos coherente. Es un ejemplo de cómo la sátira, el pastiche, la mezcla de géneros, el homenaje, la cita, la referencia, no son malas palabras o conceptos mal vistos, sino piezas dentro de un todo. Por eso, nada mejor que ir indagando en cada una de esas segmentos.

Gru, el protagonista del filme, es un compendio de varias influencias: el Norman Bates de Psicosis, con todo su trauma materno-filial a cuestas; los villanos enfrentados a James Bond (aunque termina remitiendo más al Dr. Evil de la saga de Austin Powers); varios de los personajes conflictuados y tratando de ocultarse a sí mismos sus problemas, que tan bien ha ido desarrollando en su carrera Steve Carrell, quien le provee la voz; los malvados que en un punto son malditos y que no les falta un toque de nobleza, como Dracula, el Capitán Nemo o los enemigos de Indiana Jones; incluso un poco de Carl Fredricksen, el anciano gruñón que protagonizaba Up.

Los minions son una rara pero acertada mixtura de los Oompa-Loompas de Charlie y la fábrica de chocolate; Scrat, la ardilla prehistórica de La era de hielo; más varios procedimientos vinculados con la labor de Chaplin o Buster Keaton.

Asimismo su estética y trabajo formal se enlaza con una búsqueda de lo burocrático y absurdo de las organizaciones malignas, como en El superagente 86, donde KAOS es la entidad dedicada a imponer la anarquía en el mundo; aunque también se conecta con la actualidad política y económica, del mismo modo que lo hacían corrosivas comedias como Las aventuras de Dick y Jane o El reportero.

Del mismo modo, la trama –que involucra a tres huérfanas que son adoptadas por conveniencia por Gru para apoderarse del arma de un enemigo y así llevar a cabo su maléfico plan: reducir a la Luna al tamaño de un pelota de tenis y robársela- ya ha sido concebida millones de veces en la historia del cine. La inserción involuntaria del mundo infantil dentro del adulto es una plataforma ya utilizada en diversos géneros.

No nos olvidemos tampoco del basamento en el humor de Chuck Jones, el estilo narrativo de Pixar o Disney, o el guiño hacia la música de The Bee Gees.

¿Esta absorción permanente de otras fuentes le quita calidad a Despicable me, la inhabilita como película? No necesariamente, porque en la mayoría de los casos este “copiar y pegar” va estructurando un filme interesante, divertido, contado con ganas y cariño por los protagonistas. Por momentos, el relato que se nos presenta es un conglomerado de declaraciones de amor al cine y otras expresiones de la cultura popular. Es posmoderno, pero no cínico. Se podría decir que incluso realiza el mismo proceso que Shrek 1: si la historia del ogro proponía una relectura de los cuentos de hadas, ésta hace lo mismo con la comedia familiar en consonancia con la mirada habitual sobre el “malo de la película”.

Lo que nunca termina por desarrollar apropiadamente Mi villano favorito es un mundo completamente propio. En todo momento se notan sus costuras frankestinianas. Es una criatura que no termina de respirar con vida propia. Le falta individualidad, una distinción particular, algo que la consolide como un sujeto fílmico. Es como un bebé que todavía gatea y no ha podido pronunciar su primera palabra. Ya está anunciada la secuela: ¿Hablará por fin? ¿Qué nos dirá? ¿Hacia dónde caminará?