Mi gran oportunidad

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Con tragicomedias como El diablo viste a la moda, Marley y yo y ¿Qué voy a hacer con mi marido?, David Frankel se convirtió en uno de los directores más exitosos de la última década en Hollywood. Por eso, el estreno de su más reciente largometraje generaba una inevitable curiosidad. El resultado, sin ser vergonzoso, esta vez es un poco decepcionante.

Basada en la historia real de Paul Potts, un muchacho tímido, obeso y poco agraciado que se convirtió en celebridad tras ganar la primera edición del reality show televisivo Britain's Got Talent, Mi gran oportunidad arranca como una de esas simpáticas comedias populares inglesas como Tocando el viento, Billy Elliot o Todo o nada: The Full Monty para luego derivar hacia una trama demasiado superficial, subrayada y previsible con enredos musicales y románticos (incluso hay varias secuencias ambientadas a puro pintoresquismo en la hermosa ciudad de Venecia) en un crowd-pleaser que luce demasiado calculado.

El antihéroe del film es el mencionado Paul (James Corden), empleado de un negocio de venta de teléfonos celulares. Cantante amateur de ópera, ha sido desde siempre objeto de burlas (y hasta de violentos casos de bullying) por parte de compañeros y vecinos. Hasta su padre (Colm Meany), trabajador de la industria del acero, lo subestima e intenta reprimir todo el tiempo su veta artística. A pesar del apoyo de su madre (Julie Walters) y de la mejora en su autoestima cuando se pone por primera vez de novio con una chica de un pueblo vecino (Alexandra Roach) y obtiene una beca en Italia, las cosas no resultarán nada fáciles para este joven de clase media baja en el universo de la alta cultura.

En esta película sobre las segundas oportunidades, sobre la fuerza de voluntad y la redención, se aprecia muy poco de la acidez, la ironía, la negrura, la sensibilidad y la mirada punzante que caracterizaron hasta ahora al cine de Frankel. El realizador apostó aquí por un relato más clásico y emotivo, pero nunca logra trascender el marco de la corrección política y de las buenas intenciones. Habrá que esperar, entonces, a sus próximos proyectos para ver si recupera sus mejores atributos.