Mi abuela es un peligro 3

Crítica de Claudio D. Minghetti - La Nación

Imperdonable tercera entrega de las aventuras de un agente disfrazado de anciana

En cine hubo, hay y habrá, subproductos como éste, comedias de muy bajo nivel que sólo tienen una explicación comercial, y a esa razón obedece que las distribuidoras (en este caso del sello productor) la exhiban en salas al mismo tiempo que condenan a DVD o a TV a películas seguramente más valiosas.

A más de una década de la primera entrega, el actor Martin Lawrence vuelve a interpretar a Malcolm, un agente del FBI que se ve forzado a disfrazarse de una mujer gorda conocida como Big Momma. Como en aquellas comedias bufas locales (mucho más divertidas y en todo caso simpáticas, como Expertos en pinchazos y Los doctores las prefieren desnudas , con los recordados Alberto Olmedo y Jorge Porcel), el título cuenta buena parte de la trama.

Para los productores y guionistas, si un actor afroamericano con cintura de llanta de automóvil disfrazado de mujer resulta divertido (¿?), mucho más efectivo lo serán dos. Pero a no confundirse: no se trata de Tony Curtis y Jack Lemmon en Una Eva y dos Adanes , ni su director John Whitesell tiene un pelo de la inteligencia del insuperable Billy Wilder. Pero dejemos la nostalgia a un lado. Está escrito que a quienes les fascinaron las dos primeras entregas de este despropósito la tercera les parecerá a priori interesante, así que los párrafos que siguen difícilmente puedan cambiar su idea al respecto.

Esta vez, Malcolm y su hijastro adolescente Trent (encarnado por Brandon T. Jackson) se travisten y se meten en una escuela de arte dramático sólo para mujeres tras ser testigos del crimen cometido por un mafioso ruso. Aparentemente, un alcahuete del FBI escondió una memoria digital en una cajita de música exhibida en el museo del lugar con información acerca del incriminado. Pero todo esto no importa, porque el verdadero gancho es ver a estos dos mamarrachos en situaciones absurdas y, a la vez, poner en ridículo a sus coetáneos que siguen, todavía, luchando contra la discriminación en su tierra.

En suma, una vergüenza.