Mazinger Z Infinity

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Nostalgia robótica al ataque

El anime como hoy lo conocemos no existiría sin Mazinger Z, una creación mítica de Gō Nagai que, junto a Meteoro (Mach GoGoGo) de Tatsuo Yoshida, sentó las bases de prácticamente todo lo que vendría después y no sólo del mecha, subgénero centrado en robots de gran tamaño pilotados por seres humanos. Considerando que la franquicia en cuestión dio origen a una infinidad de obras gráficas, cinematográficas y televisivas que quedaron grabadas en el recuerdo de varias generaciones, mucho se esperaba de la nueva película que llegaría para celebrar el 45 aniversario de Mazinger Z, el cual nació en 1972 a la par en los terrenos del manga y el anime, siendo sin dudas esta última encarnación la más recordada con una friolera de 92 episodios por demás sencillos aunque poseedores de una potencia dramática extraordinaria que obnubiló a aquellos que crecimos con el personaje.

Por suerte este refrito tardío arroja un resultado positivo porque cuenta con la inteligencia suficiente para incorporar todo un acervo de referencias que los fans históricos atesorarán de inmediato, llegando al punto de mantener la estructura por antonomasia de la serie de TV: el gigante humanoide, siempre comandado por Kōji Kabuto mediante el Pilder (una nave símil helicóptero con esteroides que se acopla a la cabeza del robot), lucha para detener los planes maléficos del Doctor Hell/ Doctor Infierno, un señor con pelos blancos arremolinados obsesionado con destruir a nuestro héroe para conquistar el mundo, cuyos lugartenientes principales son el Barón Ashura (mitad hombre y mitad mujer) y el Conde Brocken/ Conde Decapitado (su cabeza puede levitar por fuera del cuerpo). La colección de monstruos de metal del buen Doctor aporta la contraparte para batallas en verdad hercúleas.

En otra de esas típicas jugadas contradictorias a cargo de los nipones, conviene aclarar desde el vamos que la película al mismo tiempo pretende ser respetuosa para con el pasado y aggiornar en parte el sustrato temático y formal de la saga, circunstancia que deriva en un film muy pulido a nivel estético pero que únicamente entenderán aquellos que ya estén familiarizados con los personajes de antemano, en esencia porque no se explica nada sobre el recorrido previo al comienzo de la narración. De hecho, la trama se inicia con Kōji reconvertido en científico para seguir los pasos de su abuelo y aprovechar el tiempo de paz que ofrece el uso extendido en todo el planeta de la energía fotónica luego de la derrota del villano. Su “no novia” Sayaka Yumi ahora dirige el Nuevo Instituto de Investigaciones Fotónicas y el padre de la chica, aquel Profesor Yumi, hoy es el Primer Ministro de Japón.

Rápidamente nos enteramos que el equipo del Instituto descubrió un robot colosal al que denominaron Mazinger Infinity, una especie de arma destructora y creadora de mundos que a su vez es controlada por una androide llamada Lisa que queda bajo la protección del propio Kōji. Por supuesto que el perverso Doctor Hell regresa de entre los muertos con la intención de robar el Infinity y probar con un “borrón y cuenta nueva” en materia de la humanidad y todo lo que la rodea, frente a lo cual el viejo y querido Mazinger Z va a tener que volver a las andadas al grito de Kabuto de frases tan gloriosamente ridículas como “cortador de hierro”, “misiles perforadores”, “rayo fotónico”, “puños cohetes rotatorios”, “fuego de pecho” y tantas otras, ejemplos de esa imaginación febril de la infancia que no acepta limitaciones y específicamente del ideario masculino más bello y resplandeciente.

En lo que atañe a la animación, nos topamos con un muy buen trabajo que combina los trazos tradicionales con el CGI en 3D para las contiendas, los robots y algunas tomas en especial, logrando una armonía visual que actualiza el enclave rudimentario original de la década del 70. Como se señaló anteriormente, la historia reproduce al pie de la letra la fórmula de antaño y más allá de algunos detalles orientados a ganarse a las nuevas generaciones (las “chicas Mazinger”, la escena cómica/ de acción con la impresora 3D, las metáforas ecologistas de fondo y la abstracción en torno al solapamiento de dimensiones paralelas), lo cierto es que el corazón de la propuesta continúan siendo las refriegas monumentales, el romance, el mal que nunca cesa y los chispazos de humor cortesía de secundarios payasescos. Mazinger Z (2017) no agrega nada particularmente novedoso, no obstante consigue la proeza de apuntalar un ejercicio digno en una nostalgia amena y enérgica, capaz de escenas disfrutables como la sádica lucha del desenlace y de momentos de poesía sutil a la japonesa como ese melancólico remate final con la nenita tarareando…