Mater

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Diversas configuraciones de la maternidad.

Adaptación oficialísima de la obra El viento en un violín, de Claudio Tolcachir (la compañía Timbre 4, comandada por el dramaturgo y actor, es una de las empresas productoras del film), Mater reconstruye trama, temas y diálogos para la pantalla grande en un doble juego que, por un lado, no intenta ocultar el origen teatral del concepto narrativo central y, al mismo tiempo, aprovecha la ubicuidad natural de la cámara para abrirse a otros espacios y ámbitos. Prácticamente la totalidad del reparto replica los personajes creados originalmente para el escenario: Lautaro Perotti es Darío, estudiante universitario de más de treinta abriles ahogado por una relación enfermiza con su madre sobreprotectora, Mecha (Miriam Odorico), y las particulares sesiones de análisis con su terapeuta. En esa casa de familia acomodada compartida por madre e hijo limpia, cocina y ayuda en otros menesteres Nora (Araceli Dvoskin), madre de Celeste (Tamara Kiper), una chica que “ahora se hizo lesbiana”, según sus propias palabras.

El sexto peón del tablero es Lena (Inda Lavalle), la novia de Celeste, ambas desesperadas por ser madres. Literalmente desesperadas, al punto de salir a la caza de cualquier hombre dispuesto a pasar la noche con Celeste. Que el donante de semen inconsulto termine resultando –de todos los hombres posibles– justamente Darío, encarna en una de esas casualidades casi imposibles desde el punto de vista estadístico que el medio cinematográfico, por sus cualidades realistas (incluso en el más fantástico de los terrenos), termina introduciendo un poco de ruido en la señal narrativa. Pero Mater parte con orgullo de ese concepto algo absurdo para llevar adelante sus ideas centrales, entre otras, la posibilidad de optar por la creación de una nueva familia cuando aquella que vino otorgada de fábrica se parece demasiado a un callejón sin salida. Que el origen de esa elección tenga como germen una violación es uno de los varios detalles irónicos del relato, jugado a un tono humorístico incluso en sus momentos más dramáticos.

Existe algo excesivo en la construcción de varios personajes –particularmente el de Darío y su madre–, un roce con el grotesco que sin dudas es capaz de brindar mejores frutos sobre las tablas que delante de una cámara (el medio debería ser además el mensaje y no simplemente eso, un medio). Pero la dirección de Pablo D’Alo Abba (codirector de Vienen por el oro, vienen por todo), funcional en todo sentido a la trama, y un montaje que sabe dónde y cómo cortar, logran que la historia se sobreponga de la mayoría de esos problemas y avance con cierta gracia hasta el punto de explosión del conflicto y su resolución más epílogo “algunos meses más tarde”. En última instancia –como su título en latín lo indica expresamente– se trata de ser madre, con sus infinitas y muchas veces contradictorias configuraciones. Una pena que la de Nora –por lejos, el personaje más interesante de todos, el más misterioso, el menos marcado por arquetipos al uso dramático– sea la menos explorada de esas maternidades.