Marguerite

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Comedia triste y profunda sobre el arte y los artistas

Enrique Santos Discepolo decía que el sentimiento poético no es privativo del que hace versos, sino del que se emociona con los versos. Pero eso no lo convierte en poeta. La dulce criatura de esta historia, la baronesa Marguerite Dumont, vive algo similar. Se emociona con el bel canto, colecciona partituras y vestuarios, se caracteriza como las heroínas de ópera para sacarse fotos, queda embelesada cuando pisa un escenario, cuando descubre lo que hay detrás de bambalinas. Y canta. Pero eso no la convierte en cantante.

No sabe respirar, ni entonar, le sale voz de pito, carece de sentido crítico y encima unos pícaros le hacen creer que tiene talento. Envalentonada por ellos, un día decide cantar en público. Claro que hay pícaros de distinta clase: los señores que le sacan el jugo como estrella y patrocinadora de veladas benéficas, el divo venido a menos que saca sus haberes mal habidos como maestro de canto, los jóvenes que la usan para burlarse del arte clásico y escandalizar a la sociedad (es 1920 en París, temporada de ácratas y dadaístas). Otras dos personas también la engañan, pero por piedad: su marido y su mayordomo, preciosos personajes.

"La perfección no es hacer algo grande y bello, sino hacer lo que uno hace con grandeza y belleza", la orienta el mayordomo, citando a un supuesto maestro hindú. "El amor y la fortuna (...) juegan con dados falsos y hacen ganar al fullero", dictamina un jefe de claque, citando el "Hernani". Y la pobre ilusa, siempre agradecida y generosa, sintiendo que el teatro la saluda (bellísimo final de escena) marcha entusiasmada hacia el último acto de la obra. Porque son cinco actos, y el último se llama "La verdad".

Comedia triste, historia de amor conyugal, aunque no lo parezca, reflexión sobre el arte y los artistas, la ternura y la infamia, "Marguerite" marcha también como el equilibrista sobre la cuerda floja, y llega hasta el último plano, exacto, preciso, prácticamente sin titubeos ni inseguridades. Xavier Giannoli sabe contar la historia. Sus productores, su elenco y su equipo saben vestirla. Y Catherine Frot sabe lucir toda la sencilla ilusión y la infantil inocencia de su criatura.

El es el autor de "El cantante", con Gerard Depardieu. Ella, la esforzada actriz con 40 años de oficio, que fue pasando de secundaria a principal y aquí se consagra para siempre. Se dice que su personaje está inspirado en la falsa soprano Florence Foster Jenkins. Algo hay, pero ésa estaba pagada de sí misma, y actuaba en teatros ignorando la risa que causaba, como Bianca Castafiore, la Ruiseñora Milanesa de la historieta de Tintin, o como la insoportable Calandria Mañanera de cierta provincia, hace ya muchos años. En cambio Marguerite Dumont es un ángel. Su antecesora, pocos lo han notado, es la cómica Margaret Dumont, la partenaire de Groucho Marx, con su figura de señora rica y buenota, incapaz de desconfiar de ningún charlatán que le arrastrara el ala. Por ahí va la mano.