Mamá

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Amores (sobrenaturales) que matan

Mientras el ambiente cinematográfico estaba pendiente de la temporada de premios, la noticia de que un filme de terror hispano-canadiense, dirigido por un argentino, estaba asaltando las taquillas estadounidenses, fue una sorpresa.
Sorpresa que trajo a la memoria cuando Alejandro Amenábar atacó con “Los otros”, que pese al rostro de Nicole Kidman, Fionulla Flanaggan y el resto de elenco, había sido realizada enteramente en España. Y que comenzó a explicarse al ver que su productor ejecutivo era Guillermo del Toro, el mexicano que rodó en España “El laberinto del fauno” y produjo “El orfanato” de Juan Antonio Bayona. Y que se explica más cuando se la vincula con el trabajo de los catalanes Jaume Balagueró (“La séptima víctima”, “[Rec]” y “[Rec] ²”, “Mientras duermes”) y Jaume Collet-Serra (“La casa de cera”, “La huérfana”) quienes también han empezado a trabajar en inglés y con actores anglosajones de prestigio.
Lo novedoso es la aparición del director argentino Andrés Muschietti, director publicitario que debuta en el largometraje con esta producción (tras haber participado como asistente o colaborador en un par de filmes argentinos, rodar un par de cortos y asistente de producción local en “Evita”).
A la sazón, junto a Neil Cross y su hermana Bárbara, adaptó uno de esos cortos que los Muschietti hicieron en castellano. Para ello armaron un elenco estelarizado por la ascendente Jessica Chastain (nominada al Oscar por “La hora más oscura”) y Nikolaj Coster-Waldau (conocido por la serie “Game of Thrones”).
Todo en familia
La historia es la siguiente: Jeffrey Desange, un financista, asesina a dos colegas, va a la casa de su ex mujer, la ejecuta también y se larga con sus dos hijas, la casi bebé Lilly y la más mayorcita Victoria. Disparado sin rumbo por un camino nevado, patina y se estrella en un árbol fuera de la ruta. De allí parte con las niñas para refugiarse en una cabaña. Cuando está a punto de matar a Victoria, una presencia voladora se lo lleva. Las nenas quedan solas... pero alguien les acerca una cereza.
Cinco años después, Lucas, el hermano de Jeffrey, sigue buscando alguna pista. Cuando se está quedando sin dinero los rastreadores que contrató encuentran el auto, la cabaña y a sus sobrinas, que se han convertido en seres casi animales; especialmente Lilly, que era muy pequeña cuando se alejó de la sociedad.
El doctor Dreyfuss intenta integrarlas, para lo cual Lucas debe mudarse a una casa que le darán los servicios sociales y cambiar un poco de vida, a cambio de la tenencia de las niñas. A la que no le gusta la idea es a su novia Annabel, quien hasta el momento era feliz tocando el bajo en su banda punk, y ahora debe convertise en madre adoptiva de dos dulces monstruitos.
Pero las nenas tienen otra “Mamá” dando vueltas... Y hasta acá contamos, ya que este punto comienza a ponerse buena la cosa.
Chicas feroces
Chastain se luce desde la propia imagen: con el pelo corto y oscuro de Annabel (que resalta la inusual belleza de sus afilados rasgos), su piel pálida surcada por tatuajes y sus remeraws de Ramones, Misfits y Karl Marx (a ningún director estadounidense se le hubiese ocurrido), transmite una imagen más cercana a la Lisbeth Salander de la trilogía “Millenium” que a la hierática y pulcra Maya de “La hora más oscura”. Y no es cabeza de afiche sólo por su actual celebridad: es la encargada de llevar el mayor peso dramático del filme... por lo menos por la parte de los adultos.
Coster-Waldau acompaña bien, en un doble rol inteligentemente bien asignado: interpreta tanto al enloquecido padre de las niñas como al atribulado Lucas. Pero la película no funcionaría sin el trabajo magnífico que se logra desde la dirección actoral con las dos pequeñas protagonistas: Megan Charpentier como la semisalvaje Victoria e Isabelle Nélisse como la bestial Lilly, que ya da miedo por sí misma, aunque no hubiese nada más sobrenatural en el filme.
A la japonesa
Que lo hay, y bastante: Muschietti apuesta por una estética orientada al cine de terror nipón (“La llamada”, “El grito”), con sus fantasmas de largas cabelleras, manchas en la pared, invasiones de insectos, pasillos de hospital con luces parpadeantes y algunas otras imágenes que por ahí caen un poco en el cliché pero siguen funcionando. Especialmente cuando se sugiere más de lo que se muestra (el ropero entreabierto, Lilly jugando con alguien que no es su hermana), o cuando aparecen flashes del fantasma, o cuando se mezclan el sueño y la vigilia.
Valga destacar también la secuencia de títulos, que relata con el estilo de dibujo de las nenas el proceso que va desde que se quedaron “solas” hasta que son encontradas, con su adopción de la postura cuadrúpeda, en un marco de inocencia que contrasta con lo temible del trasfondo.
Sin ser demasiado terrorífica, y sin inventar nada explosivamente novedoso, la ópera prima de Muschietti logra sus objetivos, metiéndonos de lleno en su visión particular de lo ultraterreno.