Mala

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

Rara

He defendido el cine de Caetano bajo toda circunstancia. Desde Pizza, Birra, Faso hasta Francia, pasando por Bolivia y las soberbias Un Oso Rojo y Crónica de una Fuga, Israel Adrián Caetano ha demostrado un gran talento para narrar, combinar géneros, armar personajes rebeldes, duros, generar discusión sobre el trabajo en grupo, mezclando costumbrismo con marginalidad, western con thriller, romance con pasión y sexo más alá de los estereotipos, representando una realidad posiblemente, un retrato de violencia urbana, pero influenciado por los cómics, el clase B, el cine mainstream.

Por eso, uno comprende perfectamente qué es lo que lo llevó a filmar Mala, una película de sicarias, de venganza, violencia y rencores varios. Una película que a nivel temático logra encuadrarse – aunque no tiene la figura del grupo como fuerza motora – dentro de la filmografía de su director. Lo que no queda claro es por qué la hizo como la hizo, porque Mala bordea el ridículo y lo bizarro, pero no desde una perspectiva positiva, divertida, entretenida, sino con una seriedad y solemnidad, que hace dudar sobre las intenciones que tuvo su director con esta obra.

Se trata de un trabajo muy personal y postergado. Durante bastante tiempo, Caetano estaba esperando que Natalia Oreiro aceptara el rol protagónico y de hecho, estuvo muy cerca de cumplirlo. Pero no la consiguió. De repente, decide contratar cuatro actrices para que tomen el rol de Rosario. La principal es Florencia Raggi, quién además es la que mejor ejecuta este rol, con más verosimilitud. Las otras actrices son imágenes que tienen las víctimas de Rosario impuestas por la misma Rosario. Acá no hay bipolaridad ni esquizofrenia. Tampoco hay capricho como el de Buñuel en Ese Oscuro Objeto del Deseo. Acá la justificación impera por una cuestiones de roles que asume el personaje frente a otros, en un tono similar al de Terry Gilliam en El Increíble Mundo del Dr. Parnassus (solo que GIlliam usó este recurso por que Heath Ledger falleció en la mitad del rodaje). El efecto le imprime a la película un clima extraño, casi onírico que funciona a la par de una estética muy cuidada y de una fotografía de contrastes, bellísima puesta de Diego Poleri. Ahora bien, lo que realmente deja afuera al espectador, o por lo menos a mí, es el salto de géneros que se van atravesando. La historia nos muestra a Rosario, una sicaria que tras ser salvada de la prisión se compromete a asesinar al ex esposo de una campeona de tiro paralítica. Esto lleva a Rosario a infiltrarse en el campo y la vida rutinaria de este hombre – Rafael Ferro – y en la vida de su esposa embarazada – Juana Viale. En principio uno creería que se va a encontrar con una suerte de thriller estilo La Mano que Mece la Cuna de Curtis Hanson, con un juego de seducción en el medio, pero en cambio el guión dispara para otro lado y deriva hacia un melodrama romántico que incluye un Torino Rojo muy parecido al Playmouth de Christine, y una subtrama telenovelesca que extiende terriblemente el argumento, y termina aburriendo con textos densos y mal escritos.

Sin embargo, lo peor no es simplemente lo narrativo, la falta de profundidad en los personajes, que son banalizados y carecen de un cuerpo, son caricaturas manipulables, sino las fallas básicas de la dirección, una falta de coherencia en el montaje, errores de estudiantes – no veía a un director veterano cometer tantas falencias desde que Coppola dirigió Tetro – incongruencias narrativas, además visualmente la película desconcierta: por sus efectos visuales, por encuadres y movimientos de cámara desprolijos. Pero una desprolijidad que no pretende ser intencional, sino que termina por desconcertar más aún. Si hubiese habido crítica a la burguesía, sería más directa posiblemente y no con tantas vueltas. El elenco es desparejo – a excepción de Raggi y Celentano que se guarda un interesante duelo – y se van sucediendo situaciones que de tan patéticas que son, terminan siendo bizarras, pero sin provocar risa, sino algo parecido a la repulsión. Caetano comienza proveyendo un personaje feminista, pero al final, casi parece tomar una posición misógina, dejando al personaje masculino como un santo, y al femenino como sádico.

Es difícil definir hasta que punto Caetano es autoconsciente del absurdo que hizo, del pastiche, de ese tono extraño, raro… La última escena parece un gran chiste, donde queda claro que al director poco le importan los personajes, el contexto o la historia. En ese sentido, con esa ironía final, el film podría leerse como una gran sátira clase B, pero como todo lo que vimos minutos es inclasificable, dicha afirmación podría ser errada.

Mala es rara. Difícil de interpretar, con situaciones muy risibles. Confío que se trata de un paso en falso. En serio.