Magic Mike

Crítica de Diego Curubeto - Ámbito Financiero

Unos strippers a los que se les cree todo

Una de las cualidades de Steven Soderbergh es cambiar de género y estilo filmando lo que se le pase por la cabeza, ya sea una saga de comedias policiales, un drama sobre la prostitución de lujo, la vida del Che, la remake de un clásico de la ciencia ficción soviética o un thriller de superacción con una estrella de las artes marciales. Aunque este cambio de estilos ha significado algunos desastres, en general, las películas le salen más que bien, y esto también se aplica a esta curiosa «Magic Mike», nada menos que una comedia existencialista sobre el submundo de los strippers masculinos.

Channing Tatum, un actor que tuvo alguna experiencia en el rubro antes de triunfar en Hollywood, es el personaje del título, un tipo que trabaja en la construcción y sueña con hacer muebles de diseño, pero gana su dinero por las noches bailando para hordas de jovencitas aburridas de una universidad cercana a la ciudad de Tampa. Dicho esto, las fantasías morbosas sobre los ambientes gays o la prostitución masculina con señoras de edad desaparecen por completo y, si bien Soderbergh deja libre el espacio para algunas sordideces orgiásticas y problemas con la venta y consumo de drogas, sobre todo se concentra en la ruptura de todo temor al ridículo del protagonista y sus colegas para poder llegar a convertirse en los payasos eróticos de manadas de chicas que apenas han cumplido los 21 años.

El personaje de Tatum es el astro del antro de strippers que regentea Matthew McConaughey, que se toma su negocio totalmente en serio y que cuando los hace ensayar asegura que «aquí no hay lugar para chistes de mariquitas». Alex Pettyfer es el chico nuevo, al que Tatum conoció arreglando un techo, lo lleva como utilero al club, y lo empuja al escenario cuando falta uno de los bailarines (la canción del debut es siempre «Like a virgin»). Pero. al novato se le sube el fenómeno a la cabeza demasiado rápido, y pronto está metido en círculos swingers y en otras actividades non sanctas en medio de shows privados, actitudes que su mentor tolera tal vez porque le gusta la hermana del chico.

Soderbergh cuenta la historia con la mayor naturalidad, tomándose el tiempo para explicar debidamente las motivaciones de cada personaje, y deteniéndose también en los momentos más ridículos y kitschs de los shows, sin olvidarse de detallar, sin actitud moralista, los momentos orgiásticos que siguen a las performances. Tampoco demoniza a los strippers, sino más bien todo lo contrario, aunque da la sensación de que lo que lo atrapó del asunto es su ridiculez, lo que redunda en un bienvenido humor solapado a lo largo de todo el film. Y también en excelentes actuaciones, empezando por la del stripper maduro Matthew McCounaghey, tan creíble que alguien podría confundirlo con un auténtico bailarín exótico en algún documental.