Luz silenciosa

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Polvo de estrellas y heridas de amor.

Es curioso advertir cómo aquellos críticos que se empecinan en descubrir autores dentro de la industria suelen ser los mismos que se apresuran a descalificar a directores singulares como Lisandro Alonso, Albert Serra o Raya Martin. Algo parecido ocurre con Carlos Reygadas, un artista personal al que muchos juzgan un mero provocador debido a la incomodidad y al desconcierto que generaron Japón y Batalla en el cielo, sus dos primeras películas. Luz silenciosa es una película austera hecha de susurros, deslumbramiento y melancolía, con la que el director encuentra una paradójica serenidad y demuestra la fragilidad del rótulo que le colgaron sus detractores. Reygadas se concentra en la inquietud de los rostros, en las frustraciones plurales de sus miradas y en su encanto particular que conmueve de manera genuina. La película tiene conciencia de su extrañeza y posee un conjunto de ideas formales cuya potencia visual permanece durante días, semanas, meses.

Luz silenciosa comienza con un plano secuencia de más de siete minutos en el que la cámara parte del cielo para incorporarse muy suavemente a una tierra desconocida, la comunidad de menonitas en el norte de México. La imagen pasa del negro al rojo y la película evoluciona al ritmo de una naturaleza que se despierta haciéndose eco de los sentimientos que golpean la conciencia de un hombre casado y respetable que siente pasión por otra mujer. Reygadas redefine la potencia telúrica del cine mediante una magnífica historia de amor místico donde el sol, el viento y la lluvia son protagonistas, y los cuerpos ponen a prueba su simple condición de mortales errantes en un universo demasiado extenso. La puesta en escena ascética refleja la represión del torbellino interno que sienten los personajes, aunque el director se permite un breve momento de lirismo con la irrupción de Jacques Brel cantando Les Bonbons y portando la energía que le falta al hombre para expresar su malestar amoroso. A partir de ese momento, la gracia invade progresivamente la película y sobrevienen imágenes de inédita belleza: una mujer se derrumba bajo la lluvia, un milagro se produce de manera natural y, como en un sueño lejano, la cámara vuelve al cielo, suntuosa y desgarradora.