Lula, el hijo de Brasil

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

De la miseria a las miserias del poder

El estreno de Lula, el hijo de Brasil, del cineasta Fabio Barreto suscitó en su país de origen tantas expectativas de taquilla como enojos por parte de los políticos opositores y una tibia recepción en las esferas sindicalistas y en aquellos que compartieron con el actual presidente la lucha obrera desde las filas del Partido de los Trabajadores, que tras cuatro intentos en las elecciones presidenciales logró ubicarlo en la máxima posición, con un Gobierno que en el mes de octubre deberá entregar -con dos mandatos consecutivos- a su sucesora Dilma Rousseff, su actual jefa de gabinete, favorita en todas las encuestas.

Es cierto que la aparición de numerosas empresas patrocinadoras del film (muchas de ellas cerraron grandes contratos con el gobierno de Lula) desde los créditos iniciales hasta el tono épico que atraviesa la trama podría despertar sospechas sobre las intenciones finales de concebir justo en estos tiempos un film sobre la vida de un presidente vivo y en ejercicio.

Ni los norteamericanos se atrevieron a hacerlo con Obama todavía, así que podría decirse que la apuesta del cine industrial brasileño con esta mega producción más cara de la historia de su cine (no se ponen de acuerdo si costó 8, 10 o 12 millones de dólares) es un hecho de relevancia más allá de las polémicas políticas de la coyuntura que en todo caso entraría en el terreno extra cinematográfico. Así como el hecho que luego de estrenarse en enero en Brasil, su director casi pierde la vida en un accidente automovilístico.

Ahora bien, el resultado de taquilla en el país carioca estuvo muy por debajo de lo esperado, quizá justamente por la proximidad entre la película y la actividad cotidiana de un presidente que conserva altos niveles de imagen positiva en la mayoría de los sectores populares. Si bien es cierto que el film de Fabio Barreto abarca desde la infancia de Luis Inacio Lula da Silva hasta sus primeras incursiones en el campo de la política desde su actividad sindical en el gremio de la metalurgia, la figura de mayor peso en este relato no es otra que la de su madre Lindú (Glória Pires), a quien el propio Lula le dedicó su triunfo electoral (cabe aclarar que ella falleció estando él en la carcel en la época de la dictadura) cuando se alzó con la presidencia de Brasil ya en plena democracia. Gracias a ella pudo salir, junto con sus hermanos, de la miseria del nordeste a la riqueza de Sao Pablo en busca de trabajo y un techo digno. Ese derrotero de oficios, (fue lustrabotas, vendedor de helados, entre otras cosas) adversidades (viudo a temprana edad con la pérdida también de un hijo) y una obsesiva voluntad y auto superación definen la personalidad del joven Lula en su carácter de líder carismático y sensible, cualidad que lo llevó a lo más alto del poder político.

Todos estos rasgos aparecen exaltados en la película que se estructura en base a un orden cronológico prolijo y sin sobresaltos, con una ajustada dirección y escaso material de archivo que Barreto inserta inteligentemente sobre todo en la etapa de la lucha sindical donde puede palparse, desde el guión coescrito por Fernando Bonassi, Denise Paraná y Daniel Tendler, la oratoria justa y clara del joven Lula, capaz de convencer a miles de obreros de parar las actividades en tanto y en cuanto sus condiciones de trabajo no mejoraran en la que es sin duda la secuencia más lograda del film.

No obstante, puede sostenerse como argumento crítico que el personaje interpretado con solvencia por el inexperto Rui Ricardo Díaz no presenta contradicciones ni flaquezas y es evidente que está muy lavado como suele ocurrir en toda biopic.

Lula hijo de Brasil no es un film al que pueda rescatársele un valor cinematográfico pero tampoco da la sensación que sea un artificio propagandístico de dos horas con visos de campaña electoral porque el retrato humano y conmovedor de un hombre común está presente. El retrato de un hombre que enfrentó la miseria aspirando a un futuro mejor, a fuerza de trabajo y con la inclaudicable lucha por los derechos de los que menos tienen, no es un acto de demagogia sino de humanismo pese a quien le pese.

Podría decirse entonces que cinematográficamente el film habla también de la miseria, esa que el presidente intentó aniquilar con planes de gobierno y gestiones que apuntaron a reducir el hambre a cero y permitió así a millones ascender en la pirámide social pero también por reflejo expone extra cinematográficamente otra miseria: la miseria del poder.