Lula, el hijo de Brasil

Crítica de Ezequiel Boetti - EscribiendoCine

O mais grande do Mundo

Pocas películas portan su fechaje en cada fotograma como lo hace Lula, el hijo de Brasil (Lula, O Filho do Brasil, 2009), film eminentemente coyuntural que recupera -y mistisifa y estiliza- los orígenes del actual mandatario carioca.

Dirigida por el veterano Fábio Barreto y producida por la empresa argentina Costa Films, que ya incursionó en el país vecino con Tropa de Elite (2007), Lula, el hijo de Brasil recapitula vida y obra del líder del Partido de los Trabajadores (Rui Ricardo Diaz) desde sus orígenes humildes en la pobrísima Caetés hasta su esplendor sindicalista, en 1980, cuando la banda presidencial era apenas un sueño.

Resulta imposible ahondar en valoraciones y analisis cinematográficos sin una breve contextualización político-ecónomica, más aún cuando es esa cuyuntura la piedra basal sobre la que se erige este film. Los mismos analistas internacionales que hoy se rasgan las vestiduras tratando de comprender el crecimiento astronómico de Brasil, dificilmente apostaban que un presidente otrora sindicalista, cuyas paredes no saben de títulos internacionales, educado en la escuela de la calle, convertiría a la economía de este país en la séptima más importante del mundo y la segunda en crecimiento detrás del cuco rojo que es China. Menos aún que ocho años después de su asunción en 2002, treinta millones de brasileños –un doce por ciento de la población- integren una flamante clase media, abandonando la pobreza extrema de las fabelas. Su sucesor, a elegirse el próximo 3 de octubre, tendrá la dificil tarea de continuar una gestión poseedora de un beneplácito que excede clases sociales y colores políticos: en un hecho inédito en latinoamérica, y quizás en el mundo, Lula da Silva dejará el Palacio del Planalto con una imagen positiva superior al 85 por ciento.

Ahora sí, cine. Más allá de los 10 millones de dólares que demandó su producción, la más cara de la historia brasileña, Lula, el hijo de Brasil queda chica ante una vida cinematográfica (chico pobre con padre borracho y golpeador + viaje de trece días a la gran ciudad + pérdida de esposa e hijos + obrero tan honesto como carismático). De allí que tampoco se decida a ladearse hacia una determinada faceta del protagonista: no es un retrato “humanista” pero tampoco hurga y delinea los contornos que los llevaron a la cima del poder público; deja de lado el análisis de las relaciones familiares (el vinculo con su madre, inspiradora máxima de sus actos, merece un tratamiento mejor) pero no mete la nariz en la podredumbre de la burocracia sindical. Es de todo un poco, un salpicado de conceptos y facetas que nunca terminan de cuajar.

De estética televisiva –la red O’Globo piensa adaptarla en formato de miniserie-, guión calculado y poco predipuesto a aventurarse en los terrenos de la sorpresa y la originalidad, Lula, el hijo de Brasil tiene una factura demasiado precaría para la figura que entroniza. Aquí todo es convencial y estilizado. Como esas biopics lacrimógenas del recordado Hallmark.