Luján

Crítica de Martín Iparraguirre - La mirada encendida

La captura de un mundo

Un secreto acontecimiento cinematográfico tendrá lugar dentro de diez días en nuestra ciudad: el estreno, en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, del último tríptico de filmes producidos y dirigidos por el mítico Raúl Perrone, una oportunidad única para conocer la obra de este director absolutamente singular, que en su prolífica carrera ha sabido permanecer siempre al margen de toda moda y toda corriente estética que haya marcado a la cinematografía nacional. Desde el jueves 24 de mayo, hasta el domingo 27, se podrán ver en la sala ubicada en Bv. San Juan 49 los tres filmes que componen este nuevo tríptico (no trilogía) del director: Luján (2009, AM18), Los actos cotidianos (2010, AM18) y Al final la vida sigue, igual (2011, AM18). A la luz de los pobrísimos estrenos comerciales del último fin de semana, conviene ir repasando con anticipación estos filmes, que ostentan una radicalidad y una rigurosidad formal inusual.

Como en toda su filmografía previa (que ya alcanza a más de 25 largometrajes, algunos nunca estrenados), Perrone sigue pintando aquí su aldea: Ituzaingó se ha convertido en un territorio infinito, una fuente inagotable de materiales de inspiración para su hijo dilecto. Perrone sigue filmando entonces su entorno, mientras su cine vive una continua progresión estética, una búsqueda incesante donde los medios y las formas resultan cada vez más depurados, más despojados de todo elemento secundario y de toda intermediación: es como si el director radicalizara de filme a filme su noción de autoría (aquí oficia no sólo de director, sino también de iluminador, guionista y sonidista), al punto de que el eje unificador más fuerte de estas tres obras es el concepto pictórico de su estética, el uso magistral de la luz natural, la sombra y los colores (el mismo Perrone destaca que es un “tríptico” por su relación con el arte plástico). El minimalismo de sus tramas, que siempre desafían los límites entre realidad y ficción (puesto que los filmes son protagonizados por sus vecinos de barrio, actuando de sí mismos, aunque en una ficción), se mantiene también constante, así como la voluntad por explorar una cultura particular, la de las clases populares del conurbano bonaerense. Pocos directores pueden ser tan consecuentes, aunque ahí no radica empero su principal virtud, sino más bien en la obsesión por dar un espacio de expresión a quiénes nunca lo tienen, por construir un modo de representación que sea fiel a sus protagonistas y permita pensar el mundo que los circunda, un cine al fin que sea auténticamente popular, sin abandonar por ello las búsquedas artísticas que lo motivan.

Esta vez, la intención parece ser la de explorar la intimidad de diferentes familias de Ituzaingó, ver cómo se han modificado por años de abandono sistemático, y cómo se encuentran atravesadas por un tiempo histórico específico. Por ello, Perrone se concentra como nunca aquí en los espacios cerrados de los hogares de sus protagonistas, y su cine se acerca al del genial Pedro Costa por tono y estética: hasta Luján bien podría ser una versión de Ventura de Juventud en Marcha, aunque ya retirado de su trabajo como obrero, igualmente distanciado de su familia y afectos. Padre de 14 hijos de los que no recuerda bien todos los nombres, separado irremediablemente de su esposa y familia, Luján prácticamente vive en la casa de una vecina, Liliana, quien le da comida, asilo y compañía a cambio de trabajo. El hombre es capaz de soportar el malestar del esposo de Lili, que al frente suyo le reclama a su mujer que ya no lo traiga más, que respete su intimidad, que lo deje hacer su vida. Tendrá también algún encuentro con un amigo del barrio, que le conseguirá un trabajo provisorio, pero a sus casi 80 años Luján no puede ya esforzarse demasiado, aunque el trabajo parece ser la única justificación de su existencia. Algún hijo y alguna hija le reclamarán que vaya a vivir con ellos, que se dedique a sus nietos, pero la respuesta será siempre negativa. Su argumento, que ya no es ni la mitad de lo que era (“lo que no sirve, hay que descartarlo” le dice en algún momento a uno de sus nietos). Melancólico mas nunca sentimentalista, Luján es un ejemplo de la soledad y el desamparo al que son condenados tantos por una sociedad inclemente y un Estado ausente, incapaz de contener a los necesitados. Sólo la pequeña comunidad del barrio funciona como débil refugio, aunque siempre precario e insuficiente. Compuesto por planos siempre fijos, que con la dosificación de la luz natural y los colores vivos semejan verdaderas pinturas, el gran trabajo con el sonido llegará a transmitir lo que sucede fuera de campo: el mundo puede sonar amenazante e inhóspito, como si no mereciera ser vivido. Esta crónica continuará la próxima semana.

Por Martín Iparraguirre