Los siete magnificos

Crítica de Matías Gelpi - Fancinema

LOS SIETE HOMBRES PROMEDIO

El western (o el cine de cowboys, o del oeste) es uno de los aportes más relevantes del cine norteamericano a la historia del cine en general. Su historia es la historia de grandes realizadores como John Ford, míticos actores como John Wayne y películas legendarias como Más corazón que odio (1956), que es capaz de disputar el podio de las mejores películas de la historia. Pero el problema del western no es su épico pasado, lo problemático es su irrelevante presente: al público mundial ya no le interesa el género, y la producción se reduce a constantes homenajes, reescrituras de Quentin Tarantino, y a la mirada cool y reivindicatoria el spaghetti western filmado en Europa.

¿Vale la pena preguntarse dónde se ubica Los siete magníficos dentro de este panorama? Más o menos. Todos los críticos del universo señalaremos lo siguiente: Los siete magníficos es una remake de una película de 1960 con el mismo nombre, protagonizada por Steve McQueen, Yul Brynner y Charles Bronson entre otros, que tiene una de las mejores bandas sonoras de la historia y que, a su vez, estaba basada en Los siete samuráis (1954) de Akira Kurosawa, que como todos sabemos, en aquel tramo de su carrera estaba fuertemente influenciado por la era de oro del western norteamericano. Es cierto que hay un círculo de conceptos y sabiduría cinéfila de trazo grueso que parece cerrar con esta película, sin embargo, creo que más cierto que Los siete magníficos edición 2016 es un producto liviano atravesado por los discursos típicos de nuestro tiempo y no una obra maestra asociable al nombre de Kurosawa.

El relato es más o menos conocido, un grupo de justicieros, pistoleros, y virtuosos de la violencia, es reunido por un cazador de recompensas que ha recibido la propuesta económica de un poblado pobre, que necesita ser defendido del ataque inminente de un despiadado magnate de la minería. Si descontamos los detalles es más o menos como Los Vengadores de Marvel pero en el oeste, un grupo de justicieros que se unen para un objetivo supuestamente mayor pero que en realidad hacen lo que hacen en pos de satisfacer sus conflictos internos.

El director Antoine Fuqua nos es un virtuoso, fácilmente notaremos su falta de sutilezas desde el mismo comienzo de Los siete magníficos: unos traveling genéricos que nos muestran un pueblo genérico de un oeste genérico. Fuqua construye su aventura con cowboys apelando a cada convención y lugar común posible, cosa que no está mal a priori, pero que a medida que avanza la película llegará a hacernos dudar de la humanidad de sus personajes, que se debaten entre el cartón y una tosca ambigüedad apoyada en una moral de profundidad escolar. Además Fuqua cede a las presiones de la corrección política de nuestros días, su grupo de pistoleros es un crisol étnico improbable y arbitrario que no sirve, ni siquiera, para discutir las cuestiones raciales, o para subvertir un género claramente conservador y blanco, como alguna vez lo hizo Tarantino, sino que es un simple movimiento de mercado. Todos en la aldea global debemos identificarnos y ser incluidos en el grupo de los buenos.

De todas maneras, Los siete magníficos logra conservar la dignidad gracias a que el director hace que el movimiento frenético de la batalla final fluya junto con el carisma de sus protagonistas. El show de Denzel Washington, Ethan Hawke y de sobre todo de Chris Pratt, que aquí está en piloto automático, hace que la película, al menos, nos caiga un poco simpática. Mención aparte merece la desconcertante y divertida performance de Vincent D’Onofrio.

Al final, la misma liviandad de la película hace que su propuesta no se hunda demasiado y también que se olvide fácilmente.