Los siete magnificos

Crítica de Emiliano Fernández - CineFreaks

El reciclado es un negocio rentable

Lo que ocurre con Los Siete Magníficos (The Magnificent Seven, 2016) es exactamente lo mismo que sucede con casi todo el mainstream hollywoodense de nuestros días, ese que se la pasa aplicando compulsivamente dos estrategias retóricas sobre la enorme mayoría de sus productos, a saber: en primera instancia tenemos una corrección política que resulta castradora y contraproducente para toda obra artística, en donde deberían primar un criterio de libertad y -en lo posible- la búsqueda de una voz propia o la innovación; y en segundo lugar viene un discurso que pretende garantizar una conformidad ad infinitum para con el sistema comercial cultural contemporáneo, para colmo presentándose bajo el falso ropaje de un alegato “jugado” cuando en realidad lo único que hace es caer en la redundancia, adoctrinándonos sobre terreno político ya ganado o conquistas sociales y civiles de antaño.

Por supuesto que lo que se esconde detrás de este esquema es una suerte de repetidora anodina que por un lado desideologiza al arte y por el otro neutraliza cualquier atisbo de un arrebato en verdad inconformista que moleste al espectador, complejice el rango moral/ ético de los personajes o por lo menos ensucie la entonación narrativa, acercándola a la praxis cotidiana. Esta “nueva era” de la cultura chatarra y escapista tiene en el refrito y las sagas eternas dos aliados fenomenales, gracias a que los popes de marketing de los estudios del norte viven apostando a lo que ellos creen que es seguro, el producto ya testeado. Aquí la táctica está llevada al extremo porque hablamos de una remake de una remake, cuya premisa -como si lo anterior fuese poco- ha sido reproducida hasta el hartazgo por una infinidad de westerns y películas de acción a lo largo de los muchos años desde su eclosión.

En el generoso catálogo de las obras maestras de Akira Kurosawa, Los Siete Samuráis (Shichinin no Samurai, 1954) es una de las más queridas y recordadas, un trabajo extraordinario que nos presentaba la historia de un pueblito atacado por bandidos y la decisión de contratar a unos samuráis errantes como “protectores”, ahora reconvertidos en sicarios de las clases populares. La versión hollywoodense de 1960 de John Sturges estaba bastante bien pero caía unos cuantos escalones debajo de la propuesta original, no obstante si la comparamos con lo que hoy tenemos delante de nuestros ojos, pronto la susodicha se transforma en una maravilla del séptimo arte. Poco y nada importa que el encargado del aggiornamiento sea Antoine Fuqua, un realizador desparejo y especializado en policiales, ya que el nombre del asalariado de turno es irrelevante en opus genéricos de esta índole.

Como no podía ser de otra forma, una vez más nos topamos con un film profundamente estéril (todos los comentarios sociales quedaron anulados), repleto de carilindos en los roles centrales (Denzel Washington, Chris Pratt, Ethan Hawke, etc.), con líneas de diálogo que la van de “cancheras” (se escuchan ecos de las pavadas biempensantes que disparan los superhéroes del acervo industrial actual), una progresión muy esquemática (no hallamos paciencia para el desarrollo de personajes y la construcción de un vínculo lógico entre ellos, aquí sólo prevalecen el estereotipo y la pose malhumorada de cotillón) y hasta citas banales que pueden leerse como una verdadera falta de respeto hacia los pobres homenajeados (hay tomas y detalles varios que remiten a Sergio Leone y Sam Peckinpah, entre otros paladines de la izquierda que se reirían de “ofrendas” en un western así, tan conservador e insípido).

Afortunadamente en este tipo de relatos corales siempre se puede encontrar una mínima calidad solapada dentro de la pluralidad, de este modo nos vemos en la obligación de rescatar la belleza aguerrida de Haley Bennett, el desempeño de Vincent D'Onofrio y Peter Sarsgaard y el enfrentamiento “a todo lo que da” del desenlace, cuando los siete renegados unen fuerzas junto al pueblo para luchar contra la andanada del villano usurpador y su séquito. La ausencia total de novedades y la sensación constante de que la trama avanza vía un triste piloto automático llevan a Los Siete Magníficos al tedio de la incomodidad y la somnolencia, en especial porque a la faena le quedan grandes los zapatos del pasado y el núcleo emocional es inerte: Fuqua no logra hacerse de la convicción necesaria para que este colectivo sea algo más que otra prueba de que el reciclado todavía es un negocio rentable…