Los senderos de la vida

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Credulidad.

Los rostros de Jin y Bin resplandecen sobre un espacio cinematográfico en miniatura. El objetivo de So Yong Kim las envuelve, las filma en primer plano. La cámara inquieta es un marco protector que sólo permite breves incursiones del mundo real en la intimidad de las protagonistas. Los senderos de la vida es el retrato de dos niñas libradas a su suerte. La historia cuenta que Jin y Bin fueron abandonadas sucesivamente por su padre, su madre y una tía alcohólica; tuvieron que dejar la escuela y separarse de sus amigas. La película podría haber sido un drama social plagado de golpes bajos, pero la directora elude el lugar común de la crónica infantil con estallido familiar, daños colaterales y devenir adulto, y decide ubicarse en las antípodas, preservando el misterio de la situación tal como se les impone a la pequeñas.

La adopción de este atractivo punto de vista hace que los personajes adultos parezcan seres incomprensibles cuyos caprichos logran cambiar el destino de la noche a la mañana. Jin y Bin apenas se dan cuenta que su madre también ha sido abandonada por su marido. Ellas intentan por todos los medios ablandar a su tía y, cuando no lo consiguen, buscan el auxilio de una vecina compasiva. La montaña sin árbol del poético título original es un montón de tierra al que trepan con la esperanza de avizorar la vuelta de su madre. El carácter ilusorio de esta creencia, materializado en varias secuencias donde las dos fomentan un número de planes ingenuos, no cede a ninguna concesión utópica.

So Yong Kim apuesta a sus intérpretes y la película funciona como una muralla inamovible que preserva su inocencia. Lo esencial está en cada plano, la realizadora sacrifica tensión dramática en favor de una solidez moral incuestionable. Cuando la tía termina por confiarle las niñas a los abuelos maternos que viven en el campo, la película adopta un estilo que mira de reojo al documental, dilatando los tiempos a fuerza de contemplación. La vida rural está reducida a sus signos cotidianos: los trabajos manuales, los instantes de juego y las conversaciones anodinas. La abuela les brindará, a su manera, el afecto necesario para que las pequeñas puedan adaptarse al nuevo entorno, ya sin la esperanza del eventual regreso de los parientes en fuga. Los senderos de la vida elije la inocencia como territorio y les ofrece a sus dos heroínas vivir el presente como único refugio.