Los pingüinos de papá

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

Helados de risa

Jim Carrey morirá siendo Jim Carrey y hay un público también que nunca se lo perdonará. Pero este actor de grandes éxitos de taquilla cambió pese al temprano éxito de su carrera y se convirtió en uno mejor con el correr de los años y no sólo eso, también aprendió a mezclarse con algunas de las personas inteligentes de Hollywood y de ahí para adelante fue el protagonista de muchas muy buenas películas.

Los pingüinos de papá es una de esas películas, pero además tiene otra característica que la vuelve una brillante espiga en los campos del cine. Pertenece a la especie más escasa en este ámbito como es la comedia pura.

El señor Popper es un hombre de negocios sagaz y expeditivo como la decoración del ?lujoso departamento de Manhattan donde vive. Tiene ex mujer e hijos, pero los visita apenas cada 15 días, cuando sus ocupaciones se lo permiten pero hay que reconocerlo, poniendo la mejor voluntad para pasarla bien en esos encuentros tan casuales como lo que va a sucederle ni bien comience la película.

Un día particularmente difícil en el que tiene que convencer a una filantrópica señorona de vender un antiguo restaurante para convertirlo en un negocio inmobiliario, Popper recibe una llamada. Sucede que Popper abuelo ha muerto y en el testamento le deja al nieto una encomienda. Algunas horas después, el heredero abre la caja en la puerta de su semipiso: se trata de un pingüino congelado.

Lo que de allí en más sucederá con los pingüinos y con ese ejecutivo, su ex mujer, hijos, consorcio y empresa es un juego de travesuras y descubrimientos, astucia y ternura, que los autores de este filme toman en sus manos para redondear una moderna y deliciosa postal de Nueva York y sus habitantes de la que naturalmente pueden desgranarse algunas situaciones no tan lejanas ni extrañas.

Sin estridencias ni desmayos, esta comedia dirigida por Mark Waters ( Los fantasmas de mi ex , Las crónicas de Spiderwick ), recupera el gusto por un don que debería declararse imperecedero por ley dentro de la industria norteamericana del entretenimiento: el humor inteligente.