Los pingüinos de papá

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Esas son mascotas

Jim Carrey mejora la relación con sus hijos cuando aloja las aves del título en su casa.

Jim Carrey se hizo hiperpopular con aquel megaéxito que fue La máscara , pero su primer golpe de suerte, por decirlo de alguna manera, lo tuvo como ese detective de mascotas que fue Ace Ventura , en 1994, en la que se las veía con animalitos. Todo viene a cuento ante el estreno de Los pingüinos de papá , la comedia de tono familiar en la que el actor que de vez en cuando intenta ponerse serio vuelve a probarse como comediante, y no cómico.

La trama y el nudo argumental son pequeños y simples. Popper es un ejecutivo exitoso en lo suyo, no así en su vida personal. Padre separado, a sus hijos mucho no les interesa pasar el fin de semana en su deslumbrante piso sobre el Central Park, en Nueva York. Digan que es una comedia, pero que los niños, de repente, acepten quedarse con él, no por él, sino por los pingüinos que habitan su hogar, ejem… El mismo hijo de un aventurero, que de chico seguía por radiollamadas la comunicación con su padre siempre de viaje, cuando éste fallece recibe una encomienda. Es un pingüino de la Antártida, no embalsamado como él cree, sino vivito y defecando. No puede sacárselo de encima, recibe cinco más y, lo antedicho, cuando su hijo menor y su hija adolescente descubren que pueden divertirse con papá, el hombre se niega a entregar las aves al zoológico.

Pero el verdadero “mensaje” del filme no es “queré a tu papi por lo que tiene, no por lo que es”, sino todo lo contrario. Popper, para ascender en la firma donde trabaja, debe convencer a la dueña del restaurante Tavern on the Green (Angela Lansbury, nada menos) de venderlo, porque sus jefes quieren tirarlo abajo y construir allí un edificio. ¿Qué hará el bueno de Popper? No es éste un festival de morisquetas Carrey, aunque al actor le suceda lo que a John Travolta tras Fiebre de sábado por la noche : no había filme en el que no le hicieran bailotear un poco, y Carrey no puede evitar no imitar a James Stewart, o hacer más bufonadas, que, en fin, fue lo suyo en un principio. Pero como la película llega hablada en castellano, parte de la gracia se pierde.

Los más chicos, hasta los 9, 10 años, la pasarán bien, por su humor sano. En estas vacaciones de invierno atomizadas por Potter y Cars 2 , ésta es otra opción, Sifinitivamente , como diría Popper.