Los pingüinos de Madagascar

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

El humor estandarizado de Los pingüinos

Ésta es una película spin-off, es decir, una que ofrece personajes secundarios de otra película que ahora tienen su propio producto como protagonistas. En este caso, está clarísimo desde el mismo título: se trata de Los pingüinos de Madagascar. No son los pingüinos de Happy Feet, ni los pingüinos de Reyes de las olas. Son los cuatro pingüinos con planes delirantes de superacción de las tres Madagascar: Skipper, Kowalski, Cabo (Private, en inglés) y Rico. Dos Happy Feet, una Reyes de las olas (con Jeff Bridges en la voz un de un dude pingüino animado), tres Madagascar, una de Los pingüinos de Madagascar; todas recomendables. Quizá los pingüinos traigan suerte al cine de animación; aunque no en la Argentina, por lo menos considerando Los Pintín al rescate.

Los pingüinos de Madagascar presenta a un supervillano que quiere secuestrar a todos los pingüinos de los zoológicos del mundo y además agrega a otro equipo de animales diversos, que compiten por el lugar del heroísmo con las aves australes. Toda la acción y las interacciones se sostienen en una premisa principal: hacer muchos chistes, sobre todo, verbales y veloces (aunque hay también de los visuales y eficaces, como el del paso peatonal o todas las intervenciones de esos snacks sabor queso). La película, incluso cuando muestra acción, juega siempre al humor. Y se permite felizmente demoler todo riesgo de solemnidad y hasta salpicar de chistes y golpes humorísticos las "enseñanzas" sobre la valentía y la solidaridad.

Ese vuelo humorístico, sin embargo, no se ve acompañado por la osadía visual y musical -y hasta argumental- que proponía la tercera Madagascar, la mejor del lote, que llegaba a extraordinarios momentos de libertad animada, fondos plenos oníricos y fuegos artificiales (literales y metafóricos) para aprovechar el 3D. La animación de este film tiene los límites del profesionalismo y la contención de lo estandarizado, aún a alto nivel. Así, los chistes brillan un poco menos de lo que podrían haber brillado.