Los pingüinos de Madagascar

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Secuelas, precuelas, remakes, reboots... Ahora la nueva es crear franquicias a partir de personajes secundarios de sagas ultraconocidas. Pasó con El Gato con Botas, pasa con Marvel´s Agents of SHIELD y pasa con Los Pingüinos de Madagascar. A esta altura las aves antárticas han participado en roles secundarios en numerosas peliculas, han tenido su propia serie animada y han aparecido en varios spin offs directos a videos. La pregunta del millón es : ¿han agotado su vida util?. La respuesta es un rotundo No y la prueba fehaciente de ello es este filme en solitario para la pantalla grande, el cual tiene mas ritmo y gracia que la última docena de películas animadas que haya visto en los últimos tiempos.

La realidad es ésta: el filme no tiene muchos pies ni cabeza, ni es tampoco una maravilla de la originalidad. La animación es muy buena pero tampoco nada del otro mundo. Lo que ocurre es que, a esta altura del partido, las rutinas practicadas por los pingüinos han alcanzado tal grado de perfeccionamiento que se aproximan a un arte en sí mismo. Como un comediante de stand up, que hace siempre lo mismo pero refina su acto hasta convertirlo en un mecanismo de relojería, lo mismo ocurre con estos personajes. Es que la mecánica de origen es muy buena, y es muy fácil engancharse con ella de entrada: un grupo de pingüinos - cuyos nombres parecen salidos de alguna secuela de Los Doce del Patibulo, y que operan como una tropa de élite propia de la fuerza de Misión Imposible - resuelven situaciones improbables apelando al disparate y al ingenio. Como los retos son en realidad la fachada de una amenaza superior - generalmente algún villano sobredimensionado -, les corresponde la titánica tarea de resolverlo como sea y darle el merecido al maníaco de turno.

Es posible que uno pueda reducir todo el libreto de Los Pingüinos de Madagascar a un par de hojas, ya que no hay tanto de trama como sí, espacios enormes en donde el director de animación puede improvisar a su antojo. Es como un ejercicio de creatividad en donde los libretistas generan oportunidades para una galería interminable de persecuciones, caidas y explosiones, haciendo pausas de vez en cuando para tomar aire, tirar algunas palabras para hacer avanzar la historia, y volver a la rutina de la acción excitante e inacabable. Ciertamente la mayoría de las ocurrencias del guión son graciosísimas - el agente secreto inescrutable que compone un deshinibido Benedict Clumberbatch; el perverso y delicioso pulpo maniaco que encarna (cuando no!) John Malkovich -, pero llega un momento en que tanta locura, comedia slapstick y adrenalina sobrecargada aturden, y ello llega sobre el final, cuando Los Pingüinos de Madagascar pierden envión y originalidad. Es un punto en donde el público simplemente desea que el filme acabe de una buena vez.

Los Pingüinos de Madagascar es pura diversión. Los personajes son deliciosos, el ritmo es frenético, las ocurrencias desbordan de gracia. Quizás no tenga mucha substancia y quizás carezca de originalidad, pero desborda de energía y, con la adrenalina al 120% y un timing cómico probado y aceitado, las cosas no terminan de salir para nada mal.