Los padrinos de la boda

Crítica de Diego Martínez Pisacco - CineFreaks

Imposible reírse

Una de las películas más sobrevaloradas por la crítica y el público de los últimos tiempos ha sido sin lugar a dudas Muerte en un Funeral (2007), comedia negra dirigida por un experto en el género como Frank Oz pero pésimamente escrita por Dean Craig. Sólo la aparición fulgurante del enano Peter Dinklage (en boga por estos días gracias a la serie de HBO Game of Thrones), toda una revelación por aquel entonces, merece ser recordada en una obra que pese a su ADN británico coqueteaba demasiado con el humor escatológico y ramplón de los yanquis. Fue tan inmenso el impacto de este título a nivel mundial que Hollywood, verdadera usina del copy paste a la hora de recrear éxitos ajenos, no demoró en rodar su propia versión del film con la particularidad de que buena parte de su elenco estaba compuesto por afroamericanos. Dinklage repetiría su rol de amante despechado para continuar explotando uno de los roles más bizarros de la historia del cine. El mal gusto de Muerte en un Funeral parecía muy difícil de superar pero debo reconocer que Los Padrinos de la Boda, la nueva ¿comedia? guionada por Dean Craig, ha batido todos los récords en ese sentido. Con esta coproducción entre Inglaterra y Australia se confirman mis peores temores: el género no logra dar señales de vida y siempre se puede caer un poco más bajo…

Con Los Padrinos de la Boda todo lo que podía salir mal ha salido peor que mal. No es raro que nos encontremos con engendros fílmicos de toda clase y pelaje pero sorprende que suceda con una película australiana. Pensar que hubo una época que cualquier obra procedente de Oceanía llegaba a nuestro país precedida por un halo de prestigio. Claro, era la época de oro de realizadores talentosos como Peter Weir (La última ola, Gallipoli), Bruce Beresford (La fiesta de Don, Después de la emboscada), Paul Cox (Mi primera esposa), Colin Eggleston (Fin de semana mortal), Russell Mulcahy (Destructor), George Miller (la trilogía de Mad Max), entre muchos otros. Stephan Elliott, el impresentable director de Los Padrinos de la Boda, sólo cuenta en su haber con Las Aventuras de Priscilla, Reina del Desierto como antecedente válido. Y entrega aquí exactamente un manifiesto sobre todo lo que NO hay que hacer al filmar una comedia de enredos. Se suele decir que un mal guión no puede ser mejorado ni por el más dotado de los cineastas. ¿Qué nos queda, entonces, cuando ambos son deplorables?

Dean Craig es un guionista que por el sólo hecho de acumular situaciones anecdóticas mechadas con gags estúpidos cree que está cumpliendo con su trabajo. Craig confunde gracia con golpes bajos y nunca se detiene a reflexionar sobre la sarta de barbaridades que se le ocurren. Lo que se le cruza por la cabeza el tipo lo escribe sin filtro alguno. Recursos soeces como la purga al carnero (que le gana por afano al personaje que se defeca encima en Muerte en un Funeral) seguramente quedarán en alguna antología que recopile escenas de un mal gusto atroz. Si provocara una miserable sonrisa al menos habría un mínimo atenuante pero la comedia no encuentra nunca el rumbo. A diferencia de la gran mayoría de los exponentes del género Los Padrinos de la Boda genera rechazo e indignación. Ni las actuaciones se salvan.

Duele mucho ver involucrada a la otrora bellísima Olivia Newton-John (todavía se le reconocen las facciones pese a las cirugías estéticas) en este papelón descomunal. Olivia, no obstante, es lo más rescatable que tiene para ofrecer la película. Está sobreactuada, es cierto, pero parece ser la única que se divierte con el papel que le tocó. Distinto es el caso de los demás actores, incómodos y sin saber muy bien para donde correr: sus personajes jamás fueron debidamente elaborados por un libro insensato a más no poder. Xavier Samuel es el novio que invita a sus amigos ingleses a su casamiento en Australia. Estos energúmenos interpretados por Kris Marshall, Kevin Bishop y Tim Draxl son todos personajes sin relieve y francamente insoportables. Laura Brent es la novia que lentamente se resigna a que toda la ceremonia se vaya al diablo debido a las salvajadas de los amigotes de su media naranja. Rebel Wilson, su regordeta hermana, afirma ser lesbiana para molestar a papito (Jonathan Biggins), un senador que tiene como amuleto de la suerte a un carnero llamado Ramsy. La esposa del funcionario es Barbara (Newton-John), mujer insatisfecha dispuesta a todo luego de esnifar unas líneas de cocaína. Y por ahí también anda Ray (Steve Le Marquand), un dealer con tendencias homosexuales tratando de recobrar una fortuna en drogas que los chicos por error se llevaron de su casa.

Ante este panorama sólo queda por rogar que el final llegue lo antes posible. Agobiado por el pesimismo de pronto descubro luz en la oscuridad: la sublime versión de la canción de Meat Loaf "Two out of three ain’t bad" que interpreta la banda de la fiesta se convierte en el único atisbo de buen gusto en los 97 minutos de metraje.

Si esta crítica fuera un telegrama se leería así: Imposible reirse STOP Imposible identificarse STOP Imposible entretenerse STOP Imposible FULL STOP