Los labios

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

“Los labios”: para amantes de los medios tonos

Santiago Loza e Iván Fund, cada uno por su lado, se han mostrado particularmente hábiles para crear climas y hasta sugerir trasfondos con los más mínimos elementos, sobre todo el primero, que ya tiene varias obras acumuladas. No para público general, cabe avisar, sino sólo para aquel que busca el detalle del medio tono distinto y que, por eso mismo, no saldrá defraudado. Hay un matiz: el medio tono de Loza tiene un particular sentimiento, que lo distingue del simple juego de estilo y otros males típicos del ambiente snob donde se muestra esa clase de novedades.

En este caso, los elementos mínimos son tres actrices de su taller, dos semanas apenas de rodaje, las afueras de un pueblo del norte santafesino (donde Fund pasó su infancia y tuvo la idea de esta obra), y una serie de escenas más o menos improvisadas con gente del lugar. Las actrices desarrollan pequeñas situaciones cotidianas de otras tantas asistentes sociales, enviadas por algún organismo para registrar necesidades, y tratadas con farisaica cortesía por un representante del lugar, que las aloja entre los restos de un viejo hospital en demolición. Entre ellas puede que pase algo, que una se sienta a disgusto sobre todo en relación con otra, o no. A los autores les interesa sugerir situaciones, y hasta ahí llegan. No muestran mayores resoluciones.

Pero está lo otro: en el antedicho registro de necesidades están las personas del lugar, que, sin dudas, saben que esto es sólo una película, pero aceptan comportarse como si las actrices fueran realmente asistentes sociales haciendo una inspección sanitaria, y sueltan lo suyo con una naturalidad impresionante.

Esa mezcla de ficción y realidad se va haciendo indisoluble ante nuestros ojos. Se nos graba la forma apacible, cordial, con que las gentes simples muestran su orgullo y preocupación por sus criaturas, y las asistentes tienen, cada noche más marcada en el rostro, la inquietud y el dolor ante la suma de enfermedades endémicas, la cantidad de remedios vencidos que envían las autoridades, y el calor, y el malestar. Lindos paisajes del monte, una tormenta, un novillo corriendo suelto por el camino, son breves pinceladas de un relato que apenas se esboza, y que tiene su climax en una fiesta de bar, las tres mujeres entre parroquianos que intentan arrimarse, y en algún caso llegan a buen puerto (ejemplo de natural seducción, el galán lugareño, de oficio bailantero, que despabila a una de las mujeres, ignorante del malestar de otra). El día siguiente, bueno, es realmente otro día. Sensorialmente, es como el espectador percibirá lo que ha cambiado.

Dos mil dólares, nomás, llevó hacer esta película, recuperados con un subsidio que alcanzó para pagar al escaso equipo y repartir un «pago por actuación» entre las familias entrevistadas. Aparte, las tres actrices recibieron un bonus inesperado, e inmejorable: el premio conjunto a la mejor intérprete en la Quincena de Realizadores de Cannes, el año pasado.