Los hongos

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Una colorida vindicación del tiempo presente

El movimiento graffitero caleño, es decir de Cali, inspiró al colombiano Oscar Rodríguez Navia para hacer esta película que es, dentro de todo, amable, familiera, colorida y optimista. Lo interesante es que bien pudo ser una cosa decididamente poco amable, desgajada, grisona, con personajes de respetable experiencia como para agobiar a uno en lo malo del pasado y entender que también el futuro será malo. "Y bueno", parecen decir entonces los protagonistas, "por eso mismo, disfrutemos el presente".

Por algo asumen el apelativo de "hongos", que son esos cuerpos vivos que crecen en medio de la descomposición. Saben que no viven en la luna de Valencia, como diría la abuela de uno de ellos. Que el mundo es ancho y ajeno, como dice el libro de ese escritor paradójicamente llamado Alegría, Ciro Alegría. Y que la ciudad no les pertenece. Ni les escucha. Por eso mismo se apropian de las calles, de las paredes, y allí pintan su manera de ver las cosas, sus cosmogonías, sus idolatrías, sus alertas, sus reclamos, y también su madre y su abuela, es decir las raíces más concretas que conocen, las personas más queridas que tienen, las que más se merecen un cuadro y una estampita.

Según ha dicho el director, los intérpretes son dos graffiteros auténticos, Jovan Alexis Marquínez, alias Ras, y Calvin Buenaventura. Ellos mismos definieron el guión y los diálogos a medias con el director. El primero aparece como un morocho apasionado de tal forma por la pintura callejera, que se manda una macana en el trabajo y termina realmente en la calle. El otro será su compinche, vago como él pero de clase media y estudios cursados en Bellas Artes. Eso no implica mayor conflicto de clase. Más bien hay una "indiferencia de clase", como dijo alguien. El arte (y alguna otra cosita) los une.

Después, por supuesto, hay cierta fantasía en la creación de sus respectivas familias, ambas incompletas, y en la serie medio deshilvanada de situaciones que les toca vivir o presenciar. Demasiado deshilvanada, es cierto, y demasiado abarrotada. Cuando la película pinta gente que pinta murales, digamos que está bien. Cuando quiere pintar su propio mural abarcando una cantidad enorme de temas, ya se pierde un poco. Defecto de principiante. Esta es la segunda obra de Rodríguez Navia tras su aplaudido debut en "El vuelco del cangrejo", que era más sencilla -y tuvo más elogios de lo conveniente. Dato al margen: en esta producción también trabajan la madre (detrás de cámara), la abuela y el padre del director.