Los descendientes

Crítica de Pablo Planovsky - El Ojo Dorado

En uno de los momentos clave de Los Descendientes, Matt King (George Clooney) conduce para encontrar al hombre que -no está seguro- contribuyó a arruinar la relación con su mujer. En el asiento de atrás está Alex (de Alexandra: es una chica... ¡y qué chica!) con su novio Sid (Nick Krause) que lanza, inoportunamente, no uno sino dos comentarios desubicados, valga la redundancia. Ese instante deviene en una amalgama emocional para el espectador: pasamos del enojo a la risa y de la risa a la angustia. Esa es la maestría que Payne ya había demostrado en sus otras grandes películas: Las Confesiones del Sr. Schmidt y Entre Copas. Lejos de señalar, condenar o santificar, los personajes de sus comedias se muestran humanos, creíbles. Podemos simpatizar con ellos porque son como nosotros.

Matt King es el protagonista y el centro de la historia. Su mujer sufrió un accidente y está en coma, con las horas de vida contadas. Sus hijas tienen 17 y 10 años y él no tiene la más mínima idea de cómo criarlas, mucho menos de cómo relacionarse con ellas. Al mismo tiempo está a punto de vender unas parcelas de tierras vírgenes en su tierra natal, Hawaii. Este no es un dato menor porque la historia se desarrolla en Hawaii y es indispensable que así sea. Los hawaianos tienen una cultura muy arraigada sobre el cuidado de su tierra, aunque lo primero que haga la película sea desmentir algunos mitos turísticos sobre los hawaianos. Pero Matt sí resume el espíritu hawaiano: es un hombre de negocios, multimillonario, que piensa en las consecuencias antes de actuar y trata de evitar hacer daño a los demás, aunque parece recibirlo constantemente.

George Clooney encarna a Matt en cuerpo y alma. Es notable como el actor mantiene su estilo aún con personajes tan disimiles como en El Fantástico Sr. Zorro, El Amor Cuesta Caro o Michael Clayton. Va más allá de la versatilidad: su impronta queda en esos seres que a la vez tienen vida propia. Hay un antes y un después en la vida de todos los personajes de Los Descendientes (no por nada el título hace referencia a los antepasados). La película encapsula un momento clave en la vida de uno de ellos y Clooney lo entiende. Payne también. Sabe cuándo es necesario mover la cámara y como reforzar una idea, un sentimiento. Los directores clásicos casi nunca movían la cámara (vean sino, las películas de John Ford). Cuando termina la reunión familiar y Matt avisa a todos la pronta muerte de su mujer, cae rendido en el césped. La temperatura de la imagen nos indica que la postal idílica de Hawaii puede existir en otro lado, pero no en ese.

Esta no es una comedia liviana, pero sí es una película de esas que los norteamericanos denominan como feel-good movies. Los personajes quieren hacer el bien, aún cuando las cosas no les salgan como desearían. Son creíbles porque son inestables, porque ríen, porque sufren, porque lloran. Payne logra una película contemporánea y clásica al mismo tiempo. No es condescendiente ni cruel con ellos, algo muy común en la mayoría de las comedias de Hollywood. Logra que pensemos y reflexionemos, aún si no estamos de acuerdo con el camino que toman las cosas.

Los Descendientes, como todo el cine de Payne, es difícil de encasillar. Se mueve con ligereza e inteligencia entre el drama y la comedia. Es provocadoramente humana. Matt King es un personaje noble, bueno, porque toma decisiones evaluando las consecuencias y pensando en su entorno. Está llena de personajes ricos pero también gracias a un elenco enorme, encabezado por una de las mejores interpretaciones de Clooney, pero con actores de reparto tan esenciales como él. Basta ver unos segundos a Shailene Woodley para entender que estamos ante una gran actriz y una enorme película.