Lore

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Una comprensiva mirada sobre los vencidos del 45

Algún lugar de la Selva Negra, 1945. Una muchachita ve llegar a su padre, tipo afable, de uniforme. Pero la madre está nerviosa, malhumorada. Las imágenes se suceden como recuerdos dispersos. Los niños que juntan la vajilla, un ciervito de porcelana característico del "heimat", el terruño, una fogata en el fondo, algo feo con el perro. Una cabaña alejada, un momento de sexo y rencor entre los mayores, luego el padre se ha ido, la madre se despide para presentarse en algún lado "antes de que vengan a buscarme". Eso es lo que realmente alcanzamos a ver.

Los vecinos no quieren tenerlos cerca. La chica, llamada Lore por Hannelore, y sus pequeños hermanos deberán encarar un viaje de 900 kilómetros cruzando bosques hacia la casa de la abuela cerca del Mar del Norte, al otro lado de Alemania. En el camino habrá gente atontada o aprovechativa, poca comida, taperas, refugios de viejos, un cuerpo recorrido por hormigas, una granjera firme en su fe política, muchachones que descreen de las fotos de Auschwitz que han empezado a circular. Nadie quiere creer esas "propagandas de los Aliados". Pero Hannelore empieza a sentirse perpleja. Su mejor ayuda en el viaje se la está dando un joven de buena presencia y número tatuado en el brazo. Ayuda, y complicidad, porque él también está cruzando tierra enemiga. Complicidad, y confusa atracción y repulsión.

Esto es como la parte final de "Lacombe, Lucien", pero en reverso. Y con un desenlace muy distinto. Esto, extraño, a veces inquietante, que sugiere más de lo que muestra, desarrollado a través de episodios sueltos a lo Terrence Malick pero sin divagues, está hecho por Cate Shortland, una directora australiana que filma cada nueve años. Y se inspira en un libro de la británica Rachel Seiffert, "El cuarto oscuro". Mejor dicho, se inspira en el segundo cuento. El primero transcurre a comienzos del nazismo y el tercero varios años después. Juntos pintan el desarrollo de un sentimiento de culpa de los alemanes: la ilusión, la confusión, la recriminación. La película no es mejor que el libro, pero lo representa bastante bien, hace comprender ciertas sensaciones, y deja pensando. Dicho sea de paso, Seiffert es nieta de un alto oficial de la Gestapo.

Los sentimientos de los vencidos del 45, y sobre todo de sus hijos, que llamaban cariñosamente "mutti", "vati", "omi" a sus mamitas, papitos y abuelitas nazis, y a veces tardaron en entender ciertas cosas, son abordados comprensivamente en muy pocas películas. Digamos, "Hijos, madres y un general", "El puente", "Madre, estoy vivo", "Alemania, madre pálida", y unas pocas más, todas ellas alemanas. Ahora se agrega ésta, que es una coproducción australo-germano-inglesa, de elenco enteramente alemán. A la cabeza, la debutante Saskia Rosendahl (mayor de lo que dice el libro, pero muy buena), el joven Kai Malina, la señora Ursina Lardi, ambos vistos en "La cinta blanca", y los niños André Frid y Mika Seidel, que cantan el infaltable "Ich hatte einen Kameraden".