Lore

Crítica de Laura Osti - El Litoral

El fin del sueño y el comienzo de la pesadilla

La directora australiana Cate Shortland aborda un tema complejo y controversial en su película “Lore”, al narrar las peripecias que tienen que atravesar los cinco hijos de un matrimonio nazi tras la caída del régimen y el suicidio del Führer.

El guión se basa en una novela de Rachel Seiffert, “The dark room”, y constituye un relato dramático, cargado de angustia, violencia y desolación, más si se tiene en cuenta que los protagonistas son niños. La mayor, Lore (Saskia Rosendahl), tiene apenas catorce años y se tiene que hacer cargo de sus hermanos: un bebé de pecho, dos mellizos de seis o siete años y una niña de no más de diez.

El padre es un oficial de la SS y su esposa, una activa militante del régimen. La película comienza cuando el oficial vuelve a casa, después de una misión, y empieza a quemar documentos, antes de marcharse repentinamente otra vez. Lore intuye que algo malo pasa, pero recién será informada de la derrota del nazismo cuando su madre se vea obligada a irse también y dejarla a ella a cargo de sus hermanos, con la orden de que se vayan a la casa de la abuela, en Hamburgo, ciudad que se encuentra a 800 km del hogar paterno.

En medio de la incertidumbre, la angustia y la responsabilidad, Lore se hace cargo de la situación y se pone en camino con los niños. Desde la Selva Negra hasta llegar a destino, tendrán que atravesar todo un país devastado por la guerra, dividido y ocupado por las tropas de los países vencedores. Por ser hijos de nazis ellos ahora están en peligro extremo. Sin dinero suficiente ni alimentos, se las arreglan como pueden por territorios rurales, muchas veces inhóspitos, donde reina la anarquía y se enfrentan a la muerte a cada paso.

En el trayecto, conocen a un joven judío, Thomas (Kai Malina), sobreviviente de los campos de concentración, quien se hace pasar por hermano de los niños y así consiguen todos sobrevivir.

Pero esta alianza surge en medio de la desesperación y cuando la necesidad de supervivencia se impone a cualquier otro argumento. Lore y sus hermanos fueron educados en el odio visceral a los judíos y no fueron preparados para la derrota ni para enfrentar un mundo tan violento, lejos de casa y con los padres ausentes. La jovencita va atravesando por distintas instancias durante el largo viaje. A las penurias del hambre, la violencia y el desamparo, se suman las angustias propias de una adolescente que debe hacerse mujer de golpe y en condiciones extremas. Los sentimientos y las emociones libran otra guerra en su interior, para la que nunca estuvo preparada.

El relato de Shortland es tenso, por momentos profundamente angustiante, pero nunca pierde su esencia refinada y hasta exquisita. Con un uso predominante de la cámara en mano y de los primeros planos, las imágenes alternan entre la belleza de la naturaleza del entorno, los delicados cuerpecitos de los niños, las expresiones de angustia de sus rostros, con cadáveres ensangrentados, casas en ruinas, miseria, soldados extranjeros y gente sin hogar buscando una salida, igual que ellos.

Esa atmósfera opresiva, de extrema crispación, está reforzada por una musicalización (a cargo de Max Richter) que acentúa los momentos dramáticos, contribuyendo a crear ese clima de tragedia que atraviesa todo el relato.

Los personajes hacen grandes esfuerzos de voluntad para aferrarse a la vida a pesar del panorama devastador, pero es evidente que las secuelas serán profundas y el futuro no será fácil.

Shortland asume el desafío de captar el espíritu de la época y la pesadilla histórica de un pueblo que fue llevado a los extremos de una ensoñación colectiva sangrienta que termina de la peor manera. Y el hacerlo desde la perspectiva de los niños, huérfanos y abandonados a su suerte, asumiendo la derrota y la caída sin entender lo que está pasando, constituye el aspecto más inquietante y atractivo de este film conmovedor.