Lo mejor de nuestras vidas

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Vodevil en la Gran Manzana

El último film de Cédric Klapisch, un especialista en comedias del cine francés (Piso compartido, Las muñecas rusas) ubica la acción en plena ciudad de Nueva York.

Como sucede en toda cinematografía con peso cuantitativo, el cine francés no solo existe por grandes películas como La vida de Adéle y El desconocido del lago, estrenadas este año. Su fuerte industria –más de doscientas películas por año– también necesita de la ligereza y del producto masivo: ése el caso de la comedia Lo mejor de nuestras vidas, bautizo perezoso al título original de Rompecabezas chino, último film de Cédric Klapisch, un especialista en el género.
Docenas de situaciones enroladas en un vodevil moderno y seis personajes de peso constituyen el cuerpo narrativo de la película, que hace anclaje en Nueva York como la ciudad deseada.
Xavier (Romain Duris), separado, dos hijos, busca trabajo en el edén de rascacielos, tiene problemas con la oficina de inmigración, está escribiendo una novela y duda poco y nada en casarse con una chica asiática para solucionar su estadía.
Pero en ese paisaje idílico también están su esposa e hijos con su nueva pareja y la amiga lesbiana (la bella Cécile De France), que vive con su novia, a quien Xavier fecunda un vástago con una donación de semen.
El abanico de personajes se completa con Martine (Audrey Tatou), ex pareja del personaje central, quien también carga con dos criaturas. Ah, y además, asiáticos en problemas y el departamento de inmigración que acosa a los invasores.
Extraña comedia resulta Lo mejor de nuestras vidas, ligera, eficaz, bien actuada, con diálogos filosos y críticas al supuesto paraíso neoyorquino que no resulta tal.
Dentro de esa levedad tan adictiva y presuntuosa que tiene la comedia francesa, características que la alejan de la superficie del género, la historia de Xavier, sus cuatro mujeres, el montón de hijos y el clan de asiáticos, pueden disfrutarse de principio a fin, con un plantel actoral donde subyace una notoria química grupal.
Cerca del final, y esto no debería sorprender, en medio de las gambetas del guión que ordenan el caos para llegar al desenlace, la película muestra su hilacha xenofóbica: la chica asiática, que sirvió a Xavier para no ser deportado, es desplazada por el relato; en tanto, un chiste verbal sobre la servidumbre portorriqueña o argentina (da lo mismo) aclara esa mirada autosuficiente y engreída, clásica y típica de la comedia francesa.