Lo mejor de nuestras vidas

Crítica de Fernando López - La Nación

Tiene razón Xavier cuando rezonga porque la vida sigue siendo complicada para él. Véase si no: ya lo era cuando, en Barcelona y conviviendo en el Piso compartido con otros becarios del programa Erasmus en una especie de Babel europea y juvenil, aprendía a vivir en comunidad, se preparaba para asumirse como adulto y se mezclaba en algunos enredos amorosos. También lo era años después cuando, en Las muñecas rusas y ya escritor (como quería) pero a disgusto con la literatura que le encomendaban, sus cambios de sede y sus tropiezos sentimentales continuaban, lo mismo que los reencuentros con algunos de sus ex compañeros, todos profesionales yendo de un lado a otro de Europa. Y ahora que llega a los 40 y se supone que ha madurado, los problemas pueden ser diferentes, pero las complicaciones no han cedido y los cambios de escenario se repiten.

Esta vez es Nueva York, adonde va porque no quiere estar alejado de sus dos hijos y su ex mujer (la inglesa que conoció de jovencito) ha decidido mudarse allá y llevárselos consigo. Por ahí también asomarán las otras dos mujeres de su vida: la francesita que fue su novia y él abandonó para viajar a Barcelona, y la bella lesbiana belga que desde aquella época se convirtió en una amiga entrañable, por la cual está siempre dispuesto a jugársela. Que el editor para el que está escribiendo su segundo libro no deje de acosarlo vía Skype o que la escuela en la que están inscriptos los chicos no sea la que él hubiera deseado son apenas dos de los contratiempos. Peor es tener que conseguirse una esposa norteamericana para asegurarse la tarjeta verde o esquivar la persecución del agente de migraciones. Y, aunque hay mucha felicidad proporcionada por los abundantes chicos -hace rato que los becarios de otros tiempos están en edad de ser papás y las simpáticas escenas familiares abundan-, hay muchos otros aspectos de la vida que prolongan las viejas incertidumbres de Xavier, pero ni las oportunas palabras de Schopenhauer o de Hegel, que asoman de cuerpo presente en sus noches de insomnio, alcanzan a orientarlo.

De todos modos, ya se sabe que nada puede ser demasiado grave en este tríptico francés, que algunos asociarán con el de Richard Linklater, aunque el parentesco entre las tres Antes del? y estas comedias livianas, graciosas y tenuemente melancólicas de Cedric Klapisch es tan lejano como el que podía imaginarse entre este querible Xavier y el inefable Antoine Doinel de Truffaut. Lo que no quiere decir que no haya en Lo mejor de nuestras vidas algunas ideas ingeniosas, bastante agudeza en el retrato de los rasgos de la vida urbana de hoy, abundante humor y personajes encantadores. A esto contribuye el desempeño del excelente elenco (gente menuda incluida), la visión de una Nueva York alejada de las postales clásicas (aquí predominan los colores vivos de Chinatown, donde el protagonista ha encontrado su refugio), y el buen tono que Klapisch impone para que el film (¿el último de la serie?) sea, con sus concesiones y todo, una historia gentil, reconociblemente actual y, sobre todo, placentera.