Liniers, el trazo simple de las cosas

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Cómo atrapar un personaje esquivo

Liniers, el trazo simple de las cosas es, en su concepción, un documental poco convencional. En 2007, Franca González, su directora, hizo una beca en una Montreal helada, intransitable, compartiendo casa con otro becario argentino: el historietista Liniers, creador de “Macanudo”. Allí, ella tuvo la idea de filmar una película sobre él. Una idea que funcionó... en Canadá, pero que se complicó, y bastante, en la Argentina.

¿Cómo? Sí, a su regreso, el dibujante -que en el encierro obligado se había mostrado feliz como en un útero- le dijo a documentalista que prefería evitar una película sobre sí, que su vida no tenía nada de raro ni interesante, que todo lo que tenía que decir lo decía a través de sus historias. La comunicación de esta negativa, en un bar porteño, aparece en la película: la tensión parece ser real, no el producto de una puesta. ¿Qué hizo, entonces, Franca González? Decidió hacer un filme sobre la imposibilidad de hacer un filme. O no tanto, porque Liniers terminó abriéndose, aunque con permanentes reparos, a la propuesta.

Los puntos más fuertes de este documental son: 1) la sensibilidad de la directora para filmar escenas, sobre todo de interiores y de paisajes, de gran belleza y significación 2) La participación de Liniers a través de sus dibujos, animados por Pablo Goitisolo (Del plano fijo pasó al audiovisual: evidentemente, el medio que prefiere -con razón- para comunicarse) 3) El montaje, que articula con agilidad los elementos anteriores.

González, en off, se pregunta una y otra vez como abordar a la persona que, supone, se esconde detrás del personaje. Y sigue a Liniers en distintas presentaciones públicas: desde el populoso lanzamiento de un libro de él hasta su trabajo conjunto con Kevin Johansen (Liniers, también músico, es el autor del arte de La lengua popular , de Andrés Calamaro). Mientras tanto, el dibujante se muestra como un hombre con algo de niño: muy simpático y al mismo tiempo tímido; de estilo ingenuo aunque finalmente mordaz. Lo que transmite en su arte, de apariencia naif, aunque cargado de sensibilidad y reflexión, antes que de mero humor. El Liniers dibujante es o parece ser, como el mismo lo advierte, más interesante que el Liniers hombre común.

Sus admiradores sabrán, a través de este filme, algo más de él. De su inclinación por el trabajo manual, por ejemplo. “La sensibilidad que le saqué a la acuarela no se la pude sacar a la computadora. Soy como un viejo que hace dibujos con sus manos”, dice. Así como en Montreal, en momentos de mayor apertura, da detalles de su intimidad: “No me gusta la suciedad, pero el desorden me parece interesante. En un estado fascista no hubiese funcionado nunca”.

No es raro: su impronta principal es la libertad creativa, la que transmite en sus tiras. Libertad a la que también apela González cuando, por ejemplo, le entrega la cámara a él y deja que en el final se inviertan los roles. Así logra cerrar un filme que pudo naufragar, pero que se convirtió en cine.