Leones

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Transiciones

Tomar como referencia los tres cortometrajes de Jazmín López para sumergirnos como espectadores en su debut en el largometraje que tuvo su presentación oficial en el reciente BAFICI con un premio especial del jurado es una guía posible para dimensionar el universo de Leones. Al punto que se extrae una frase completa de uno de sus cortos Te amo y morite (2009) protagonizado por Ignacio Roger que se vale de un mecanismo de abstracción o enunciación para describir un personaje.

También lo lúdico y el bosque como escenario de representación juega un rol trascendente en otro de sus relatos, Juego vivo (2008), que se sintetizan en Parece la pierna de una muñeca (2007), ejercicio cinematográfico para explorar las posibilidades de la narración como contrapunto de la imagen y hacer de esta unión un lenguaje en sí mismo.

En ese cortometraje, donde la voz reconocible de Inés Efron relata sus impresiones sobre una situación anecdótica en una pileta de natación, la relación entre lo enunciado y lo mostrado se tensa y se vuelve invisible. Esa es la primera línea que cruza Leones: la transición dentro del mismo espacio y la ruptura de la linealidad del tiempo sin perder de vista la continuidad espacio temporal.

Cabe preguntarse por ejemplo cuál sería el lugar para escenificar el olvido. Tal vez la respuesta se construya en ese bosque donde deambulan un grupo de personajes adolescentes en una búsqueda difusa, pero que guarda relación con algo que ya pasó. Y ese pasado dentro de la trama también se simboliza con un elemento que registra desde una cinta de casette un hecho donde los cinco están involucrados.

Pero la cámara, que se contagia del devenir y fluye a la par de la narración (muy buen trabajo del uso de la steadicam) es un personaje más de Leones y como tal cobra sentido al deambular separada de los habitantes del bosque.

Los elementos que se acumulan en esa transición del viaje que parece no tener dirección más que el devaneo literario y el mecanismo de la memoria y del olvido como acompañantes invisibles operan como pistas en lo que a simple vista no tiene lógica pero que esconde una lógica interna que se acomoda y se desplaza en una estructura narrativa fragmentada. El fragmento, entonces, como concepto abre la puerta metafóricamente hablando a la ruptura del tiempo y en ese intersticio se reconstruye la frontera sutil entre los planos de la realidad y aquellos que pertenecen al terreno de la metafísica.

Bajo esa dinámica también asociada en otra capa de la narración a juegos de palabras (sobrevuela el fantasma de Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, entre otros), que en realidad operan además como indicios, la idea de la muerte se resignifica porque encuentra un lugar y un espacio cinematográfico fértil para dar vuelo a una poética muy personal de esta joven realizadora, cuyo único defecto en esta ópera prima consiste en la elección de casting porque si bien la importancia no reside en los personajes sino en el grupo, no existe diferencia ni matices en los estereotipos y así la identificación con algún punto de vista se vuelve dificultosa y más aún cuando desde una artificiosa naturalidad se revelan las costuras de un tejido narrativo muy bien planificado.