Leones

Crítica de Diego Lerer - Otros Cines

Caminante no hay camino...

Sugerente, esquiva, extraña: la opera prima de Jazmín López juega con las expectativas de los espectadores de maneras que no parecen en principio evidentes. En cierto modo, durante buena parte de su relato, uno puede tener la sensación de estar viendo otra tangente estilística de las tantas que suman esa serie de formas y motivos que muchos han dado en llamar Nuevo Cine Argentino: adolescentes que juegan a la seducción, caminatas por los bosques, diálogos en apariencia intrascendentes y dichos sin inflexión dramática alguna, largos planos secuencia y muchos silencios.

De vuelta, la primera impresión que se tiene es que alguien bebió de todas esas influencias (desde el cine de Lucrecia Martel y Lisandro Alonso hasta los más recientes de Matías Piñeiro y Delfina Castagnino, pasando por Celina Murga y tantos otros) y entregó un elegante “mash-up” del que lo mejor que se podría decir es que está extraordinariamente fotografiado (por el experimentado DF y operador de steadycam Matías Mesa) aunque actuado en ese tono “bressoniano” (o del teatro off: gente que no dialoga, sino que habla en paralelo) que no todo el mundo maneja igual de bien.

Pero la película no es eso. Ni siquiera está ahí, sino en otro lado. Y el juego que ha armado López hace que esa otra película que se esconde por debajo de la que creemos estar viendo salga a la luz de forma muy tangencial, de a poco, a través de recursos indirectos, inesperados. Es una película cuya textura lleva al espectador a perderse en las imágenes y hasta a distraerse en esa contemplación, pero a la vez le pide una concentración máxima si es que desea atar los hilos de lo que verdaderamente está sucediendo.

Es curioso, pero Leones tiene muchos puntos de contacto con una película reciente con la que parecería no compartir filiación alguna: The Cabin in the Woods (La cabaña del teroor), el film escrito por Joss Whedon. No sólo por su título y planteo original (aquí también se cuentan las desventuras de un grupo de cinco jóvenes buscando una cabaña en medio de un bosque), sino por el hecho de que uno cree ver algo muy distinto a lo que realmente está sucediendo. Es, en cierto modo, una versión “arty” del cine fantástico, más cerca finalmente de Andrei Tarkovsky que, digamos, de Lisandro Alonso (aunque nunca se sabe si a Alonso no le dará por entrar en ese terreno tarde o temprano)...

Esos cinco chicos que caminan por un bosque (la película se filmó en su mayoría en Bariloche) parecen girar sobre su propia sombra sin poder encontrar la cabaña ni la laguna que vinieron a buscar en una aparente salida de fin de semana. Podrían, vuelvo a las comparaciones, paPrecer personajes de un film de Matías Piñeiro, con sus juegos de palabras (un pasatiempo del camino es jugar a armar frases de seis palabras; en otro momento alguien lee lo que parece ser una bastante críptica poesía; escuchan conversaciones en un viejo casete) y enredos sentimentales indescifrables y cruzados. Ok, personajes de Piñeiro pero en un escenario más propio de Los salvajes, de Alejandro Fadel…

Pero hay pistas, dando vueltas en el bosque, que dan a entender que otra cosa es la que está sucediendo, cosas que llevan el relato a otro terreno. Para no entrar en spoilers, uno debería detenerse acá y dejar que el espectador haga su propia investigación a partir del material. Confieso que, acostumbrado a lo que suelen ofrecer las películas de este tipo, tuve que verla dos veces para captar cosas que se me habían pasado. Se entiende: la contemplación tiende a generar un espectador algo distraído, pero Leones recompensa al que no lo está, al que lo sigue como un film de suspenso y no como a una “no historia” de gente que camina por un bosque.

La fotografía de Mesa -como decía al principio- es parte integral del relato. Operador de Steadycam de decenas de películas argentinas e inclusive de los títulos más contemplativos de Gus Van Sant (empezando por Gerry, film con algunos puntos en común con éste, y siguiendo con Elefante y Los úlitmos días), aquí sostiene planos secuencia larguísimos (algunos superan los 10 minutos) siempre encontrando imágenes intrigantes y seductoras que llevan al espectador a meterse en ese oscuro territorio, a veces con tanta fascinación que se nos puede pasar alguna información narrativa importante.

Algo menos convincente me resulta a mí el trabajo de los actores. Las rutinas, juegos, frases y “diálogos” están por momentos dichos de manera tal que resultan anodinos. Es clara la intención de esconder los secretos del guión en esa banalidad de las conversaciones (de hecho, viéndola por segunda vez las cosas quedan mucho más claras en eso aparentemente intrascendente que dicen), y el problema no son necesariamente los diálogos escritos por López. Es que ese tono neutro y monocorde requiere de una destreza y habilidad de parte de los actores que aquí no siempre se logra sostener, al punto tal que se corre el riesgo de perder el interés por los misterios e intrigas del film por eso. Cuando los personajes te fastidian quizás más de lo que te interesan, se entra en una zona peligrosa de la que no muchos films vuelven. Pero la película, con algo de esfuerzo, logra salir de eso.

De hecho, en las escenas silenciosas (una dentro de un auto, otra bajo el agua, todo el final, la música de Sonic Youth) el film gana en gravedad y seducción, cosas que muchas veces se desdibujan cuando los actores tratan de decir lo suyo en el ritmo coreográfico preciso y ajustado de palabras y movimientos que la película les exige. Son las pequeñas pistas y rarezas que encontramos en el camino -además de la sensación de estar metiéndonos cada vez en terrenos más peligrosos o enrarecidos- las que nos convocan y seducen, las que nos llevan a mirar todo con ojos, digamos, más “lynchianos” y no tan realistas.

Ese juego, finalmente, es el que eleva la película hasta transformarla en otra cosa. Es como si alguien tomara todos esos elementos que son parte y casi cliché del cine argentino de los últimos años e hiciera con ellos un juego macabro, más cercano a La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel, que a cualquiera de los otros parientes de esta cada vez más extraña y fría familia cinematográfica.

Analizar más en profundidad lo que Leones parece decir sobre el Nuevo Cine Argentino sería revelar demasiada información de la trama. Pero, sin dudas, es uno de los elementos más jugosos que brinda esta extraña película: pensarla como una reflexión sobre los últimos quince años de cine nacional y sobre su actualidad.

(Esta crítica fue publicada durante la cobertura de la Mostra de Venecia 2012)